miércoles, 27 de diciembre de 2006

Sobre el papel de San José en el arte

Giotto di Bondone, Natividad, 1304-06 [detalle].

En el concierto navideño que La Orquestina del Fabirol dio hace poco en Monzón [publiqué una crónica en Músicas del Mundo], se aludió a la imagen medieval de San José, algo diferente a la actual. (Más "lúgubre", dijeron ellos.) Como ilustración, puede leerse a continuación el texto que se declamó:
De la obra de Gómez Manrique, La representaçión del nasçimiento de Nuestro Señor*:
Lo que dize JOSEPE, sospechando de Nuestra Señora:
¡O viejo desventurado!
Negra dicha fue la mía
en casarme con María
por quien fuesse desonrado.
Yo la veo bien preñada;
no sé de quién nin de cuánto.
Dizen que d’Espíritu Santo,
mas yo d’esto non sé nada.
La oraçión que faze la GLORIOSA:
¡Mi solo Dios verdadero,
cuyo ser es inmovible,
a quien es todo posible,
fáçil e bien fazedero!
Tú que sabes la pureza
de la mi virginidad,
alunbra la çeguedad
de Josep e su sinpleza.
El ÁNGEL a JOSEPE:
¡O viejo de munchos días,
en el seso de muy pocos,
el prinçipal de los locos!
¿Tú no sabes que Isaías
dixo: "Virgen parirá",
lo cual escrivió por esta
donzella gentil, onesta,
cuyo par nunca será?
[*]: Ronald E. Surtz, Teatro castellano de la Edad Media, Taurus, Madrid, 1992, pp. 77-78.
Resulta curioso comprobar en el arte medieval disponible en la red que San José, las más de las veces, parece quedar relegado a un rincón, lejos de la virgen y el niño, y casi siempre con aspecto de estar algo ausente, o melancólico, o en cualquier caso no manifiestamente contento:



Taddeo Gaddi, Natividad, 1325.

¿Qué se intenta expresar mediante su exclusión? Es posible que aún en el nacimiento tenga San José la actitud que veíamos en el texto teatral. En todo caso, quizá su amargura o su duda o su contrariedad resaltan de alguna manera su saber estar ahí, en su lugar, a pesar de todo. Quien haya visto la reciente película de Catherine Hardwicke habrá notado el énfasis que se pone en el sacrificio personal de José, que poco a poco y no sin esfuerzo renuncia por amor al honor, es decir, a lo que la sociedad espera de él. Éste es, por cierto, un punto de la película que me llamó especialmente la atención. Hoy es ardua la tarea de sustraerse a la influencia del medio, pero resulta difícil imaginar la dificultad que acaso tendría en aquel tiempo y aquel lugar (en que tanto pesaba la ley y lo comunitario) dar un paso tan arriesgado, tan de fe.
Desde una óptica actual, la película parece incidir en ese punto ante todo en pro de los valores familiares que se pueden inferir de la imagen de la Sagrada Familia. En este sentido, a alguien que contemple la escena en el arte medieval podría parecerle fuera de lugar el papel asignado a San José, diríase marginal. Pero quizá una función de este rol sea destacar la naturaleza divina del Niño. Probablemente significa mucho más, y acaso haya ahí también un sentido simbólico que haga referencia a algo en nosotros y no tanto al aspecto histórico. Uno se pierde en las profundidades del arte tradicional y no digamos en la teología. Pero es posible que el José de los belenes de hoy, cercano, contento y presente, baste y aun sea en algún sentido perfectamente adecuado. En todo caso, adecuado a lo que se pretende expresar.

Y eso nos lleva de nuevo a preguntarnos lo que los hombres medievales querían expresar. No es una cuestión que se pueda resolver con una respuesta sencilla, me parece. O sí, no lo sé. De todas formas, la reprimenda del ángel a José que leemos en el texto dramático de arriba, me resuena, como si se expresara mediante aquellos versos una suerte de batalla interior atemporal presente en cada persona, de ayer y, cómo no, de hoy.

viernes, 15 de diciembre de 2006

Razón y corazón en Álvarez de Cienfuegos

Leo un poema de Nicasio Álvarez de Cienfuegos (1764-1809), Mi paseo solitario de primavera*. De una sensibilidad exquisita, habla del amor. Como casi siempre ocurre en la poesía. Y como en los buenos poemas, no se queda en la superficie y expresa una intuición profunda. A veces es difícil distinguir si los versos hablan desde el corazón o sólo desde la convención. Supongo que ese discernimiento se agudiza con sensibilidad y práctica. En cualquier caso, los versos centrales del poema se me antojan de ésos certeros como flechas. Vuelves una y otra vez sobre ellos y su brillo parece crecer. Tras caer en la cuenta de la "ilusión" que supone al fin el amor pasional y sentimental, dice así el poeta:
¡Oh mil veces feliz, pájaro amante,
que naces, amas, y en amando mueres!
Ésta es la ley que, para ser dichosos,
dictó a los seres maternal natura.

¡Vivificante ley! el hombre insano,
el hombre solo en su razón perdido
olvida tu dulzor, y es infelice.
Me recuerda a aquella hermosa cita de Juan XXIII: "Dios ha imprimido en el corazón humano una ley que nuestra conciencia nos exige obedecer". El amor es la ley vivificante, que no encadena sino libera. El hombre sin salud (salus, salvación) está solo, perdido en su razón. Infeliz. ¿Cuál es la causa de la falta de salud, de la infelicidad humana?
El ignorante en su orgullosa mente
quiso regir el universo entero,
y acomodarle a sí
. Soberbio réptil,
polvo invisible en el inmenso todo,
debió dejar al general impulso
que le arrastrara, y en silencio humilde
obedecer las inmutables leyes.
Luego la causa fue el querer controlarlo todo desde la mente. Aparece la idea de un ego que esclaviza la realidad a su acomodo. Al parecer, ésta es una conducta artificial, pues lo natural, el "general impulso", es la "vivificante ley", amor, que opera "en silencio humilde".
¡Ay triste!, que a la luz cerró los ojos,
y en vano, en vano por doquier natura,
con penetrante voz, quiso atraerle:
de sus acentos apartó el oído,
y en abismos de mal cae despeñado.
Nublada su razón, murió en su pecho
su corazón
; en su obcecada mente,
ídolos nuevos se forjó que, impíos,
adora humilde, y su tormento adora.
Esta falta de salud es una ceguera (una manera engañosa de pensar, dijo el Buda, el que ha abierto los ojos). Nubla la razón y muere el corazón. Así, sólo escuchando en silencio se puede oír la misteriosa y "penetrante voz" que llama y atrae. Y donde no suele haber silencio es precisamente en la cabeza. La razón se aparta del corazón, como en la Parábola VII de Antonio Machado: "Dice la razón: Busquemos / la verdad. / Y el corazón: Vanidad. / La verdad ya la tenemos. [...]"
En lugar del amor que hermana al hombre
con sus iguales, engranando a aquéstos
con los seres sin fin, rindió sus cultos
a la dominación que injusta rompe
la trabazón del universo entero
,
y al hombre aísla, y a la especie humana.
Resuenan estos versos con otros de origen budista: "Los seres son innumerables. / Es mi deseo salvarlos a todos. [...]", del voto del Bodisatva. Y la dominación que rompe la "trabazón del universo entero": clave fundamental, a mi ver. Frente al natural amar, el dominar, que trunca la armonía y genera sufrimiento.
Amó el hombre, sí, amó, mas no a su hermano,
sino a los monstruos que crió su idea:
al mortífero honor, al oro infame,
a la inicua ambición, al letargoso
indolente placer, y a ti, oh terrible
sed de la fama; el hierro y la impostura
son sus clarines, la anchurosa tierra
a tu nombre retiembla y brota sangre.
Vosotras sois, pasiones infelices,
los dioses del mortal, que eternamente
vuestra falsa ilusión sigue anhelante.
Busca, siempre infeliz, una ventura
que huye delante de él, hasta el sepulcro,
donde el remordimiento doloroso,
de lo pasado levantando el velo,
tanto mísero dolor al fin encierra.
"El sueño de la razón produce monstruos", dice el capricho nº 43 de Goya. Los monstruos son el honor, el dinero, la ambición, el placer, la fama. En definitiva: el poder. Poder que hace temblar (con homéricos ecos) la "anchurosa tierra". La ilusión suele acabar en la tumba. Pero, más adelante, Cienfuegos apela al desengaño, concepto fundamental ya en el Barroco. Nos dice el Desengaño: "... Ciegos humanos, / sed felices, amad". Y el sujeto poético se pone estupendo (como diría un profesor) y clama, con una sensibilidad casi romántica, que "el vivir será amar", y "el universo reirá en el gozo / de nuestra unión". Y cuando se le pasa el entusiasmo y vuelve "a esta tierra / de soledad, de desamor y llanto", no por ello desespera. ¿Dónde pone la esperanza? En la amistad, "imagen santa / de este mundo ideal de la inocencia".

Al parecer, en la Ilustración no siempre gobernó la diosa Razón con mano férrea, como se ve. Aquí, la amistad ilustrada expresa a su modo una profunda intuición de amor. O eso me parece. En otros poemas, también interesantes, sí se hace notar más la influencia del racionalismo en las alturas poéticas del amor y lo humano. Pienso en Jovellanos. Quizá en otro post...

Respecto a la cita que encabeza el poema (de origen desconocido para el comentarista de la edición que uso): me parece que en sus seis palabras latinas respira una verdad más profundamente que en los 146 versos endecasílabos de Cienfuegos. Y no estoy seguro del porqué. Dice:

Mihi natura aliquid semper amare dedit.

"La naturaleza me ha concedido siempre amar algo".

Quizá no sean tanto palabras para la razón, como para el corazón.

[*]: John H. R. Polt (ed.), Poesía del siglo XVIII, Castalia, Madrid, 1994, pp. 323-326. Comento aquí los versos 46 a 88.

miércoles, 22 de noviembre de 2006

Santa Cecilia

John William Waterhouse, St. Cecilia (1895).

Ando últimamente enamorado del órgano de Bach, entre otros redescubrimientos musicales. Muy oportunamente, hoy alguien ha entonado unas palabras cuyo eco aún baila en mis oídos: "La música es un arte completamente espiritual". Uno podría pensar que se trata de una frase sentenciosa, simplista, algo dicha a la ligera quizás. No lo sé. Pero algo o mucho de razón tiene, creo. Incluso con el "completamente", y no sé exactamente por qué, pero me parece que algo intuyo al dejarme llevar por los caminos que dibuja Bach en sus obras. Algo me dice que la inclusión de la palabra arte y la palabra espiritual en la misma frase es de lo más natural, al menos si hablamos de alguien como Bach.

Dado que la relación entre Santa Cecilia y la música es fruto de una reinterpretación (¿podría decirse aquí reanálisis...?) medieval, se me ha ocurrido buscar una representación pictórica diferente a lo habitual y que me dijera algo especial. La tradición dice que, antes de sufrir el martirio, convirtió a su esposo Valeriano a la cristiandad y "entonces se apareció un ángel a los dos y los coronó con rosas y azucenas". (La historia completa se puede leer aquí.) Me ha parecido una imagen muy hermosa y entonces he caído en la cuenta del detalle de la versión de Waterhouse [arriba]: además de ser una recreación atípica de Cecilia y muy propia de la estética prerrafaelita del autor, parece que el verdadero protagonista, más que la asociación con la música, es el color. Esos contrastes casi gongorinos entre el rojo y el blanco... O garcilasianos: En tanto que de rosa y azucena...

La Cecilia de Waterhouse es como suelen ser sus damas: lánguida y fresca como una brisa sutil. Me pregunto con qué sueña. Es curioso que no tenga a mano ningún instrumento. Son los ángeles quienes tocan, arrodillados ante ella, mientras la muchacha duerme con un libro en el regazo. ¿Sueña la música de las esferas? Se parece a una flor. Ella misma es una azucena que sueña sobre un lecho de rosas. Tras ella mana una fuente; al fondo, la nave espera; como el órgano, cuyo teclado parece dispuesto a recibir en cualquier momento las manos de la santa, si despertara. A ambos lados, un ángel toca el violín y otro el laúd. Así que están presentes los tres objetos que tradicionalmente se le asocian: órgano, laúd y rosas.

¿Y el mar? Cuando la pintura fue exhibida en la Royal Academy, en 1895, le acompañaba una cita de Lord Tennyson:
In a clear walled city on the sea.
Near gilded organ pipes - slept St. Cecily.
Quizá el primer verso explique la presencia del mar y del barco, aunque me da la impresión de que esa presencia tiene algo de recurrente en la obra del pintor.
He encontrado otras recreaciones pictóricas de Santa Cecilia. Me gusta la visión de Carlo Saraceni, con ese ángel tan barroco, y el rostro luminoso de Cecilia en la versión de Nicolas Poussin. La de Guido Reni me parece encantadora; la de Sir Joshua Reynolds, extraña. También está la visión de Raphael, hierática, y la de Rubens, en su línea. Curiosa la versión de Lelio Orsi, que nos muestra una visión peculiar de la coronación de la leyenda.

viernes, 17 de noviembre de 2006

Publicidad sin respeto

Otro texto de Escandell Vidal:
«Efectivamente, la publicidad más actual utiliza como recurso predominante el de la persuasión emocional, basada en la identificación del consumidor potencial con un esterotipo que se considera prestigioso o deseable dentro de un determinado grupo, y con la recompensa psicológica que se deriva de verse incluido en él. Tanto el enfoque como las estrategias utilizadas son claramente de tipo subjetivo. Conviene recalcar que la naturaleza subjetiva de este tipo de persuasión está anclada en estereotipos sociales, es decir, en conjuntos de representaciones ampliamente compartidas y valoradas positivamente por los miembros de una determinada cultura. Los estudios de mercado se dirigen, precisamente, a conocer cuáles son estas representaciones y cuáles son los comportamientos que se asocian con ellas.»
Este tipo de publicidad, que es consecuente con los valores que sustentan al sistema y que el sistema promueve para su sustento, explota las estrategias de persuasión emocional para provocar la identificación psicológica del potencial consumidor. "Necesitas esto, qué sería tu vida sin aquello". Si se observan algunos anuncios con especial atención y sentido crítico, se hace difícil contener la repugnancia, pues llegan a pervertir hasta las más altas de las aspiraciones o ideas del ser humano, reorientándolas hacia el puro consumismo sin piedad. No hay decoro.

Continúa la autora apuntando que no siempre fue así:
«Desde sus inicios hasta hace aproximadamente 30 o 40 años, la publicidad trataba de destacar las propiedades positivas del producto que se anunciaba: apostaba, en cierto sentido, por la persuasión racional, ofreciendo razones objetivas para comprar el producto o utilizar el servicio anunciado.» (M.ª Victoria Escandell Vidal, La comunicación, Gredos, Madrid, 2005, p. 102.)
Una publicidad como aquella sin duda trataría a las personas con cierto respeto; tendría en cuenta la libertad (al menos teórica) del individuo y su (supuesta) madurez para decidir en función de sus necesidades. Pero en las condiciones actuales, ¿dónde está el respeto en esa relación? Si constantemente se promueve la identificación inconsciente del individuo con estereotipos y la adquisición de necesidades ficticias que multiplican la insatisfacción y estrechan el campo de visión, ¿dónde está la libertad?

jueves, 9 de noviembre de 2006

Reanálisis en la lengua y en la conciencia

En biología se habla de mutación como uno de los tres factores fundamentales de la evolución (los otros dos serían herencia y aislamiento). Trasladado al ámbito lingüístico, este concepto equivaldría al reanálisis. Se entiende por reanálisis el proceso en el que se confiere a un morfema, palabra o fonema una organización, estatus o naturaleza distinta a la originaria.

Un ejemplo: Cuando decimos una radio, estamos pronunciando la secuencia fónica unarradio. Como la norma general en español dice que la vocal o en posición final de palabra indica género masculino, algunos hablantes reanalizan mentalmente la forma como un arradio. Esto es una mutación. ¿A dónde quiero llegar? Si se produce un proceso al cabo del cual todos los hablantes optan por una variante nueva, estaríamos ante un cambio evolutivo. Esta variación no es intencional y su origen es social; surge de las mentes de los individuos (el ámbito de la comunicación), y no de una intervención artificial. Pero, si triunfa, transforma el hablar de todos los hablantes y pasa a ser normal. Se produce una transformación de la lengua, una evolución por mutación.

Este asunto me ha traído a la memoria la aplicación del concepto masa crítica al ámbito de la conciencia y las relaciones humanas. ¿Qué pasa si trasladamos la explicación anterior a este otro campo, digamos más ético? Suponiendo que las imposiciones (por muy bienintencionadas que sean) y los intentos a gran escala de influir en la manera humana de comportarse en el mundo (para mejorar la convivencia, se entiende) tienen resultados muy cuestionables e ineficientes... Si una variación en la forma de percibir el mundo y de comportarse en lo relacional de manera consecuente (un reanálisis más objetivo y por tanto beneficioso de la realidad humana o cotidiana) surgiera por el contrario de manera natural (no intencional) entre las personas desde su hacer diario, generándose al cabo la suficiente masa crítica, ¿es de suponer que estaríamos ante la posibilidad de un cambio evolutivo en la especie?

No sé en qué medida es adecuada mi argumentación anterior. Tampoco sé si lo es relacionarla con el texto siguiente; es una relación que me ha venido a la mente y quizá (sólo quizá) pueda arrojar alguna luz sobre el asunto.
En un debate en el que participaba el Dalai Lama, un contertulio le planteó su opinión de que, si las emociones (todas las emociones, incluidas las que provocan el sufrimiento humano) no fueran útiles desde una perspectiva evolutiva, no existirían. A lo que el Dalai Lama respondió así:
«¿Cuáles son entonces, en su opinión, las ventajas evolutivas de la muerte? (...) Nadie parece desear la muerte (...) pero el mismo hecho de que hayamos nacido conlleva la inevitabilidad de la muerte. Pero el nacimiento tiene sus ventajas... y debemos servirnos adecuadamente de la vida. La emoción es como la muerte, en el sentido de que forma parte de nuestra mente, de nuestra vida y de nuestra naturaleza... Sin embargo, algunas emociones son destructivas y otras son positivas. Así es que merece la pena –o, al menos, no supondrá ninguna pérdida de tiempo– analizar qué emociones son destructivas y cuáles son constructivas o beneficiosas. De ese modo podremos tratar de minimizar las emociones destructivas y de expandir las positivas, porque queremos una sociedad más feliz
(Daniel Goleman, Emociones destructivas. Cómo entenderlas y superarlas. Diálogos entre el Dalai Lama y diversos científicos, psicólogos y filósofos, Kairós, Barcelona, 2003.)
La última frase en negrita me hace pensar que quizá, en cierto sentido, sea inevitable una cierta intencionalidad previa al proceso de reanálisis en el campo de la conciencia humana, sin que ello se contradiga con la esencia de la mutación, ya que ésta se daría en condiciones de naturalidad. Y esa intencionalidad, en cierto sentido, no es más que la adaptación lógica de un ser humano a la circunstancia en que le pone el medio.

Bien, todo esto no es más que una reflexión personal. De todas formas, creo que la afirmación del Dalai Lama interpela de manera sencilla pero contundente a las personas que forman la sociedad actual. ¿Queremos una sociedad más feliz?

miércoles, 1 de noviembre de 2006

Comunicación y percepción de la realidad

La aportación de la Pragmática al estudio del lenguaje, la lengua y la comunicación me parece muy sugerente. Es un punto de vista novedoso porque ahonda en la realidad de los procesos comunicativos, abandonando la visión abstracta establecida para plantear las cosas de una forma mucho más realista. Creo que es un proceso lógico que va parejo al de otras ciencias relacionadas con los procesos mentales, como la psicología cognitiva o la neurociencia. Tengo la impresión de que en muchas ramas del saber científico moderno, o mejor en sus vanguardias, se están abandonando las abstracciones y la dependencia de las teorías, en una visión más libre de los prejuicios heredados, para profundizar en la realidad del ser humano como ser en relación consigo mismo, con el medio y con otros miembros de la especie. Al caer los conceptos, emergen realidades y preguntas que arrojan una nueva luz sobre la naturaleza humana, porque no surgen de ideas derivadas de esquemas de pensamiento, sino de la constatación de los hechos. Una luz no tan nueva, por otra parte, ya que los descubrimientos de dichas vanguardias científicas comienzan a coincidir con los saberes experienciales de las tradiciones milenarias de sabiduría.

La comunicación, de M.ª Victoria Escandell Vidal, es un libro corto y accesible que sirve muy bien para trabar un primer contacto con la profundización que hace la Pragmática sobre los estudios del proceso comunicativo. Hay un párrafo que me ha llamado especialmente la atención:
«El considerar que lo determinante son las representaciones internas que cada uno hace de los diferentes elementos de la situación comunicativa (y no los elementos mismos) permite resolver el problema de la heterogeneidad de los factores que intervienen en la comunicación sin necesidad de ningún tipo de estipulación adicional: todos ellos intervienen bajo la forma de ’representaciones internas’; varía su contenido, pero no su formato. Así, lo que determina nuestra actividad no es tanto la situación tal y como es, o la relación con el interlocutor definida de una manera objetiva, sino más bien la situación tal y como la percibimos, o la relación tal y como nos la representamos. Esto ofrece una explicación natural a la subjetividad de nuestras acciones y de nuestros comportamientos: reaccionamos ante las cosas en función de cómo las percibimos y nos las representamos. Esto explica también buena parte de los malentendidos que se producen: un error en la conceptualización de uno de los elementos basta para desencadenar fallos en la comprensión.»
(M.ª Victoria Escandell Vidal, La comunicación, Gredos, Madrid, 2005, pp. 31-32.)
Y me ha llamado la atención por lo que supone el texto que marco en negrita. Es una constatación que trasciende el marco específico de la Lingüística, al menos tal como era entendida y abordada hasta ahora. Apunta a la naturaleza humana al reconocer, quizá sin pretenderlo, que una comprensión nítida de la comunicación y el lenguaje es esencial para comprender al ser humano en sus contradicciones. Si reflexionamos sobre las implicaciones, se plantea una cuestión que es fundamental en el budismo pero que también se encuentra en el origen de todas las tradiciones, religiosas o no, y que ahora hace suya la ciencia desde una perspectiva cada vez más interdisciplinar, como no podía ser de otro modo: si aceptamos que nuestra interpretación del mundo es errónea debido a nuestras "representaciones internas", y que esa conceptualización equivocada es la causa de la desarmonía con nosotros, con los otros y con el medio, las preguntas surgen por sí solas: ¿cuántos problemas del mundo actual –y sobre todo de nuestra vida diaria– se deben a esa percepción o representación errónea en el diálogo que establecemos con el otro o lo otro? ¿Cómo ser verdaderamente libres, cómo despertar de ese espejismo, cómo curar ese desarreglo? ¿No es ésta una cuestión fundamental?

¿Por qué escribir?

¿Por qué escribir? Si me hago esa pregunta, tengo la sensación de que lo tengo aún menos claro que Paul Auster en su muy recomendable reciente discurso. No estoy seguro de compartir su declaración de la inutilidad del arte, pero creo que su intuición es un acierto en cuanto al proceso de creación. "Hacer algo por puro placer, por la gracia de hacerlo", dice. Creo que el arte, como la vida, sólo marcha realmente bien cuando se acomete como juego, sin motivaciones, sin expectativas. En consecuencia, de nada sirve conceptualizar, buscar fines. O escribo, o no escribo. En el discurso, atribuye el escritor un valor especial en su actividad a la "necesidad" de crear. Tampoco estoy seguro de poder decir lo mismo, pero sí siento un impulso de expresar.

Voy a intentar seguir escribiendo en este blog desde la actitud siguiente: para nada y para nadie, sin dirección predeterminada. Los contenidos serán más variados, con mayor presencia de la reflexión; las formas, menos restrictivas. Me alegraría que surgiera conversación en los comentarios, por lo que renuevo la invitación a participar a todo aquel que lo desee.

Ah, hoy es la fiesta de Todos los Santos. Enciendo una candela.

miércoles, 17 de mayo de 2006

Los tres entierros de Melquiades Estrada

Los tres entierros de Melquiades Estrada (2005), el debut tras las cámaras de Tommy Lee Jones, es una buena historia cuyo tema central, como el de muchas buenas historias, es la epopeya del ser humano embarcado en un viaje vital hacia la comprensión de sí mismo en compañía de sus luces y sus sombras. En esta ocasión, el viaje toma forma de road-movie con disfraz de western fronterizo, donde el simbólico desierto regresa como tantas veces a lo largo de los siglos para ejercer de marco de fondo en este relato de peregrinación y penitencia, incluyendo eremitas, serpientes y demás encuentros con sabor mágico. La alegoría y la fábula moral están servidas con exquisito gusto por intermedio de la pluma del guionista Guillermo Arriaga y un Lee Jones muy prometedor como director que además borda su papel en el escenario.

Como en un puzzle, el suceso de la muerte del trabajador inmigrante mexicano Melquiades Estrada (Julio César Cedillo) se reconstruye progresivamente a la par que se nos muestran los antecedentes y las consecuencias en un pueblo perdido en el desierto de Texas. Los dos personajes directamente afectados son Pete Perkins (Tommy Lee Jones), capataz que dio trabajo a Melquiades y se hizo su mejor amigo, y Mike Norton (Barry Pepper), el guardia fronterizo que lo mató por error. Ambos compartirán el protagonismo durante el viaje, uno como secuestrador y guía, el otro como prisionero e involuntario penitente.

En la primera parte hay un juego constante que nos niega acomodarnos en el reconocimiento de uno u otro personaje como protagonista del film. Si Lou Ann Norton, esposa del guardia fronterizo, ofrece la visión de una mujer oprimida en una relación de autoridad de previsible futuro trágico, no es respecto a la historia principal sino víctima de la suerte de su marido. Sin embargo, a diferencia de Rachel, la camarera –que optó por una vida fragmentada en afectos vividos a medias como vía de escape de su infelicidad en el matrimonio–, Lou Ann sabrá prever lo que le espera (no sólo a través de la resignada Rachel, sino también en la figura de su anónima vecina, desasosegante reflejo de un futuro posible de soledad y hastío) y decidirá en consecuencia, marchándose para rehacer su vida por su cuenta. Desaparece de la historia, como también lo hace el sheriff y, más adelante, una Rachel que no se atreve a tomar un papel activo a estas alturas de su vida gris y ajada.

El protagonismo recae por fin en el que inicialmente es el personaje más vacío, frío y lejano de todo el elenco: Mike Norton. Totalmente dominado por sus instintos animales, se verá obligado a recorrer un camino de sufrimientos que le confrontará con las víctimas de su brutalidad y ante todo con su propia naturaleza. Aunque está claro que se trata de un caso extremo, simboliza al hombre, a todos los seres humanos cuya vida se desarrolla en ese nivel superficial donde son arrastrados por los vientos de sus pasiones y a la postre devorados por la cadena de acciones y reacciones de la que son esclavos. Al principio, Norton es incapaz de sentir empatía o compasión; su sensibilidad está embotada. Se comporta de forma totalmente egoísta e irresponsable, y como tal ser insensible es tratado por su guía-secuestrador, que le obliga a desenterrar a Melquiades, a llevar sus ropas (despojándose de su uniforme y con él de su anterior condición) y a seguirle en un viaje surrealista hacia el idílico pueblo de origen del mexicano.

Si en un principio resultaba imposible que el espectador se identificara con Norton, en esta historia se produce el milagro: no sólo va a ir humanizándose paulatinamente, sino que al final asistiremos a su redención, coincidiendo su regeneración definitiva con el despertar de nuestra compasión. Su transformación resulta creíble –y por tanto capaz de conmovernos– gracias, fundamentalmente, a varios encuentros que van rompiendo la dura concha con que Mike Norton ha recubierto su alma: el viejo ciego que, cual eremita del desierto, comparte con los viajeros lo poco que tiene; la mujer anteriormente golpeada por el guardia fronterizo que ahora le cura de su picadura de víbora; los vaqueros que comparten con ellos su comida y bebida con la espontaneidad de las personas de corazón sencillo. Particularmente significativo me pareció el momento en que Norton, tras ser curado por la mexicana, se sienta a pelar mazorcas de maíz junto a ella y otras mujeres; es en ese punto cuando el orgullo cede ante la humildad y el trabajo con las manos le devuelve el contacto con la realidad concreta de la vida y con su propia naturaleza humana. A partir de entonces, Mike Norton vuelve a ser una persona capaz de conmoverse, arrepentirse, llorar, y por tanto perdonarse y vivir. Hasta entonces no era más que un muerto llevando a otro muerto arrastras; una vez enterrado Melquiades y llorado su cadáver, Norton se ha convertido en un hombre nuevo.

Aunque he dejado fuera de este análisis al personaje interpretado por Tommy Lee Jones, hay que señalar que no sólo ejerce de secuestrador y al mismo tiempo –obviamente sin saberlo– de guía espiritual, sino que también él evoluciona en contacto con su rehén. De hecho, poco a poco se produce un acercamiento entre ambos que culminará con una especie de amistad o, al menos, un reconocimiento mutuo que salda todas las deudas. Como dato curioso, Pete Perkins y Mike Norton llegan a aparecer como la pareja literaria por excelencia: don Quijote y Sancho Panza, el uno queriendo ver en su locura pueblos donde no los hay, el otro contestando con el sentido común.

Los tres entierros de Melquiades Estrada es una obra rica en niveles de lectura y compleja sin llegar a requerir un esfuerzo intelectual por parte del espectador. Es alegoría de la renovación del ser humano, bello canto a la amistad y alegato en favor de los inmigrantes, sujetos a penurias y maltratos para ganarse el pan. Es también el prometedor debut de un Tommy Lee Jones rebosante de talento en su nueva faceta como director. Por todo ello, se trata de una opción más que acertada para pasar un buen rato ante la pantalla.

miércoles, 10 de mayo de 2006

Obaba

Era la primera vez que visitaba el cineclub Cerbuna. Las situaciones nuevas, al romper la rutina a la que nuestra perezosa mente se acostumbra, estimulan la atención. Quizá por eso, cuando se apagaron las luces y comenzó la película, mis sentidos estaban más abiertos de lo habitual. El arte siempre se disfruta mejor –se saborea mejor– en estas circunstancias. Obaba (Montxo Armendáriz, 2005), en cualquier caso, lo merecía.

El planteamiento de la historia, de entrada, parece sencillo: Lourdes (una sugerente Bárbara Lennie que aporta frescura a todas sus acciones), estudiante de Audiovisuales, viaja a un pueblo vasco para filmar retazos de la realidad de sus gentes. Pero desde el abismo de los recuerdos y los miedos encarnados en la figura simbólica del lagarto, un misterio proyecta su sombra entre los habitantes de Obaba.

Al no haber leído Obabakoak, el libro de Bernardo Atxaga, cuento con la ventaja de abordar la película sin prejuicios, pero también con el inconveniente de no conocer la sustancia con la que Armendáriz ha dado forma a su versión. En tal estado de cosas me dispongo a desarrollar mi interpretación, basándome en mis impresiones y asumiendo que el hilo conductor de la película –la intervención de Lourdes en el espacio de Obaba– cobra una importancia capital que vertebra el conjunto de las historias entrelazadas en torno a un tema central: la evolución del personaje principal, provocada por su interacción con el entorno y reflejada en las vidas particulares que forman el entramado humano del pueblo, que a la postre se convierte en personaje total. (Desvelo algunos detalles de la trama.)

Empecemos con el entorno. Obaba es un lugar misterioso, situado fuera del espacio habitual. Se intuye nada más empezar la película, cuando Lourdes nos pone sobre aviso de que algo extraño ha ocurrido en su vida a raíz de su visita al pueblo. El viaje, como antiquísimo recurso literario para expresar el crecimiento vital del ser humano, introduce a la joven en el terreno de lo desconocido. Como ocurriera a Ulises en los mares ignotos o a Dante en la selva oscura, Lourdes se va a ver obligada, sin saberlo, a buscar un camino de retorno, una salida, «un sentido» (que se convertirá en objeto de su obsesión) al acertijo que las imágenes inconexas de su cámara le van a plantear. Como en todo viaje iniciático, el héroe ha de pasar por pruebas que le permitirán, de ser resueltas, acceder a una realidad más plena, que se refleja básicamente en su relación con el medio y consigo mismo.

No faltan las señales que nos anuncian la entrada en el territorio de lo fantástico, donde la frontera entre la realidad y la fábula se difumina: Ismael recogiendo un lagarto en plena noche y en medio de la carretera, iniciando a Lourdes en la costumbre de contar –en este caso las curvas–, es la primera. El lagarto, envuelto en una siniestra leyenda que sirve de coartada para longevos rencores y ataduras con que la tierra amordaza la libertad de los personajes, simboliza además el miedo en su desnudez primigenia como espejo de todos los temores del ser humano. Lourdes, que es curiosa por naturaleza, se va a ver arrastrada por las circunstancias hasta la caseta de los lagartos. Allí se enfrenta a sus miedos, sola consigo misma, y se ve expuesta a esa tiniebla inquietante relacionada con la tierra. Emerge al mundo transformada, pues a partir de entonces no descansará tranquila hasta desentrañar el sentido que ha de dar cohesión a las turbias historias de los habitantes de Obaba. Más tarde, descubrirá que algo físico le ha ocurrido en el proceso, algo tangible que se manifiesta en su pérdida del oído izquierdo. Poco importa, a efectos narrativos, si el lagarto penetró en su cabeza o no. En este punto, el director juega hábilmente con el carácter fantástico del entorno, prolijo en tinieblas que nos niegan una conclusión unívoca basada en criterios racionales. En Obaba anida la irracionalidad, lo más profundo de los sentimientos, y lo importante es que Lourdes, quiera o no, se ha adentrado en esa realidad que una vez hollada no deja escapatoria. Así como Odín sacrificó su ojo a cambio de la sabiduría, Lourdes habrá de aceptar su sordera como pago por su paso por el terreno mítico de Obaba.

«Contar las cosas entretiene y mantiene la cabeza despejada». Es una tradición que comenzó la maestra (admirablemente interpretada por Pilar López de Ayala) y que transmitió a los niños del pueblo. Este juego ejerce de contrapeso a la presencia de lo oscuro, lo irracional, que acecha en las sombras de cada vida. El ritmo consciente que los personajes imprimen a su actividad funciona como la recitación mecánica de un rosario o un mantra: tranquiliza la mente y ayuda a centrarse, a dejar pasar la tormenta y no perder el contacto con la cordura cuando peligra en un medio hostil. De entre las tres historias elegidas por Armendáriz para su adaptación (la de la maestra, la del alemán y la del loco), ésta es la que brilla con más fuerza en mi memoria. Ahogada por una realidad opresiva de la que no puede escapar, se refugia en su costumbre de contar las cosas para seguir adelante y pasar por su infierno particular sin caer en las trampas que acechan en su camino. Así, evita los deseosos brazos del rudo joven tatuado y finalmente obtiene el premio del amor correspondido, aunque no bien visto, del jovencísimo aunque honesto y sencillo Manuel.

Volviendo a Lourdes, su propio purgatorio pasa por su interacción con los personajes de un drama que empezó años atrás: si Miguel (un Juan Diego Botto correcto en las escasas posibilidades que le permite su papel), el hijo de la maestra, es su vínculo con el aspecto más benévolo del entramado, el alemán representa lo enigmático y la integración de lo ajeno en una armonía de claroscuros, mientras que Lucas (Eduard Fernández, cuya maestría tuvimos el placer de disfrutar en su reciente interpretación de Hamlet en los teatros) sugiere el fracaso, la tragedia, la locura. Como si se tratara de un koan, Lourdes le da vueltas al acertijo de Obaba sin encontrar ninguna respuesta satisfactoria por medio de su pensamiento discursivo, racional. ¿Cuál es el sentido que da cohesión a las historias que componen el tejido humano del pueblo a lo largo de los años? Amor, rencillas, redención, locura, paz, venganza… ¿Cuál es el sentido de los sinsentidos de la vida humana? Lourdes sólo hallará descanso cuando vuelva a Obaba y acepte sus limitaciones: su incapacidad para comprender y su sordera. A partir de entonces, se dedica a grabar escenas inconexas de la vida del pueblo. Vida que continúa en los niños y que se perpetúa en el amor sencillo, sin prejuicios ni metas antepuestas que abraza junto a Miguel, un personaje intencionadamente simple que no busca nada fuera de lo que le ofrece su espacio y su tiempo presente; es un símbolo de la felicidad lograda tras el viaje alegórico de Lourdes, pero también la segunda persona de una historia de amor que inicia su andadura con humildad y sin sobresaltos, manteniéndose en un discreto segundo plano, desde la llegada de la chica al pueblo.

El círculo se cierra con Lourdes y Miguel recorriendo en moto la carretera. La voz de ella grita un número cuando giran una curva ante nosotros, los espectadores: sigue contando los pasos del camino que es la vida, pero ya sin preocuparse en un sinvivir en el nivel de la cabeza. ¿Ha resuelto el koan? Lo cierto es que ya no busca el sentido, sino que simplemente vive y siente. Si la tierra y sus lagartos han absorbido finalmente a la joven o si su influencia ha contribuido a su liberación es un dilema que queda sin cerrar ante la libertad crítica o la sensibilidad personal del espectador. En mi opinión, el balance es positivo para Lourdes y podemos suponer que al aceptarse a sí misma y la situación en la que vive, ha accedido a una comprensión del enigma no tanto discriminatoria y cerebral como global y vivencial.

Aunque es posible que la trama pudiera haber sido llevada de una manera más efectiva, no por ello deja de brillar un rico tapiz lírico hábilmente tejido bajo las capas de oscuridad de la inquietante Obaba. El misterio y la poesía del entorno vivo creado por Atxaga nos atrapan sutilmente desde el principio, como en un sueño fantástico pero pleno de reflejos armónicos y correspondencias que articulan una historia de orígenes fragmentarios pero de acabado redondo por obra de la sabia estructura central que introduce Armendáriz. Al final, el director echa mano de la ambigüedad a que se presta la naturaleza fabulosa de Obaba y sus sucesos, jugando con la duda del espectador ante el enigma del lagarto. ¿Qué pasó realmente en la caseta aquella noche? Esa inquietud, presente hasta los créditos en el corazón del espectador y en el tono irreal de los últimos suspiros de la película, sugiere una verdad encubierta: inseparable de la feliz simplicidad que Lourdes ha encontrado, pervive la oscuridad, acechando como los seres que reptan por la tierra. Su triunfo –y por extensión el del director– es haberla aceptado como constituyente indisoluble del conjunto.

lunes, 8 de mayo de 2006

Se enciende la candela

Candelero tiene la forma de un blog o bitácora, es decir, un sitio web actualizado con cierta periodicidad que recopila textos o artículos en orden cronológico.

Su autor es un estudiante de Filología Hispánica. Sus intereses a la hora de escribir aquí incluyen la reflexión y la espiritualidad, el arte y la literatura, el diálogo entre culturas y religiones.

Esto es básicamente un espacio destinado a la expresión y la escritura a través de anotaciones más o menos breves y espontáneas sin demasiados límites preconcebidos, orientadas principalmente hacia la reflexión y el comentario de lecturas.

Siéntete, lector, libre de participar en los comentarios.

martes, 25 de abril de 2006

candelero

(De candela).

1. m. Utensilio que sirve para mantener derecha la vela o candela, y consiste en un cilindro hueco unido a un pie por una barreta o columnilla.
2. m. velón.
3. m. Instrumento para pescar de noche, deslumbrando a los peces con teas encendidas.
4. m. Fabricante o vendedor de candelas (ǁ velas de encender).
5. m. Mar. Cada uno de los puntales verticales, generalmente de metal, que se colocan en diversos lugares de una embarcación para asegurar en ellos cuerdas, telas, listones o barras y formar barandales, batayolas y otros accesorios.
6. m. Mil. Bastidor de madera, compuesto de una solera y dos montantes, entre los cuales se ponen fajinas o sacos terreros, y que se emplea como defensa contra el fuego enemigo.

~ ciego.

1. m. Mar. El que no tiene anillo en la parte superior.

~ de ojo.

1. m. Mar. El que tiene anillo.

en ~, o en el ~.

1. locs. advs. En circunstancia de poder o autoridad, fama o éxito. Estar, poner en el candelero.
2. locs. advs. U. para dar a entender la extremada publicidad de un suceso o noticia.


*Quédate con la acepción que más te guste. Cortesía de la RAE.*