miércoles, 25 de abril de 2007

Dos sobre la inutilidad del arte

Paul Auster, en su discurso de recepción del Premio Príncipe de Asturias de las Letras, reflexionando sobre la escritura:
«¿Y por qué se empeñaría alguien en hacer una cosa así? La única respuesta que se me ha ocurrido alguna vez es la siguiente: porque no tiene más remedio, porque no puede hacer otra cosa. (...) Pero ¿con qué objeto? ¿Qué sentido tiene el arte, y en particular el arte de narrar, en lo que llamamos mundo real? Ninguno que se me ocurra; al menos desde el punto de vista práctico. (...) En otras palabras, el arte es inútil, al menos comparado con, digamos, el trabajo de un fontanero, un médico o un maquinista. Pero ¿qué tiene de malo la inutilidad? ¿Acaso la falta de sentido práctico supone que los libros, los cuadros y los cuartetos de cuerda son una pura y simple pérdida de tiempo? Muchos lo creen. Pero yo sostengo que el valor del arte reside en su misma inutilidad; que la creación de una obra de arte es lo que nos distingue de las demás criaturas que pueblan este planeta, y lo que nos define, en lo esencial, como seres humanos. Hacer algo por puro placer, por la gracia de hacerlo
Ernestina de Champourcin, en su Antipoética:
«¡Poetas amigos, ayudadme! ¿Escribimos en realidad para algo, para alguien? Me pongo a pensar, hago examen de conciencia y llego a una conclusión que me resulta tristísima. No, para nada, para nada, y lo que es peor, para nadie. ¿Es posible tanto vacío? Pero de repente mi admirado, querido y constante amigo Juan Ramón viene en mi ayuda. Él sabe muy bien que el poeta escribe porque sí, porque le sale y a fin de cuentas porque Dios quiere