domingo, 30 de diciembre de 2007

Servicio y humildad

«E el rey resçebiolos por sus vasallos e fizolos caualleros con muy grandes alegrias, segunt el vso de aquella tierra. E desque el rey ouo fechos caualleros aquellos donzeles, e les puso sus tierras grandes e en çiertos logares, estos, commo aquellos que fueron bien criados, trabajauanse del seruir bien e verdaderamente e syn regateria ninguna; ca quando veyan ellos que era mester fecho de armas, luego ante que fuesen llamados caualgaban con toda su gente e yuanse para aquel lugar do ellos entendian que mas conplia el su seruiçio al rey, e ally fazian muchas buenas cauallerias e tan señalados golpes, que todos se marauillauan e judgauanlos por muy buenos caualleros, deziendo que nunca dos caualleros tan mançebos oviera que tantas buenas cauallerias feziesen nin tan esforçadamente nin tan syn miedo se parasen a los fechos muy grandes. E quando todos venian de la hueste, algunos auian sabor de contar al rey las buenas cauallerias destos dos caualleros mançebos, e plazia al rey muy de coraçon de lo oyr, e sonrriose e dezia: "Çertas creo que estos dos caualleros mançebos querran ser omes buenos, ca buen comienço han." E por los bienes que la reyna oyo dezir dellos e por las grandes aposturas e enseñamientos que en ellos auia, querialos muy grant bien e faziales todas onrras e las ayudas que ella podia. E ellos quanto mas los onrrauan e los loauan por las sus buenas costumbres, atanto punaban de fazerlo sienpre mejor; ca los omes de buena sangre e de buen entendimiento, quanto mas dizen dellos loando las sus buenas costunmbres e los sus buenos fechos, tanto mas se esfuerçan a fazer lo mejor con vmildat; e los de vil logar e mal acostunbrados, quanto mas los loan sy algunt bien por auentura fazen, tanto mas orgullesçen con soberuia, non queriendo nin gradesçiendo a Dios la uirtud que les faze.»
Del Libro del Caballero Zifar, según la edición de Cristina González en Cátedra, Madrid, 2001.

En este pasaje, se podría decir que se ejemplifican básicamente dos conductas: el servicio y la humildad. No parece arriesgado suponer que, en una época de caballería y guerra, se tomen imágenes de ese campo de la actividad humana con una intención didáctica. En todo caso, en virtud de la riqueza de lecturas que presenta la literatura medieval, no sólo un caballero de aquella época podría aplicarse el cuento, sino también cualquier persona, y en este último caso también valdría, creo, para nosotros.

Dejando de lado, pues, los detalles del contexto guerrero y de la "buena sangre" y los "buenos fechos de armas", uno puede ver aquí, por un lado, un ejemplo de entrega total para la vida cotidiana: aquello que toca hacer me pide una entrega que no escatima nada; se trata de servir diligentemente y aun más allá de la diligencia, como dice el texto, allí donde se necesita. El rey se alegra enormemente por ello. Por lo demás, creo que no se trata tanto de esfuerzo como de apertura.

Pero la otra conducta ejemplificada no es menos importante: ser indiferente a las loas, pues la soberbia siempre supone ahí un peligro; buscar méritos no lleva por buen camino. Como concluye el pasaje, la actitud más adecuada que corresponde es la de agradecimiento, pues todo se nos da; si esto se olvida, el ego se ensoberbece.

viernes, 14 de diciembre de 2007

Unanimidad

Decía San Pablo en la misa del domingo (Rm 15, 4-9):
«Que Dios, fuente de toda paciencia y consuelo, os conceda estar de acuerdo entre vosotros, como es propio de cristianos, para que unánimes, a una voz, alabéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo.»
Me llamó la atención ese estar de acuerdo entre todos, esa unanimidad que se pide. Alguien –sobre todo hoy, pues esto es algo que choca al individualismo– podría objetar algo así como: ¿acaso los cristianos deberían opinar todos igual, rendir sus opiniones particulares en pro de la unanimidad? Pues creo que no se trata exactamente de eso. Es decir, me parece que no se pide que los cristianos piensen igual o tengan las mismas ideas ni que se subordinen a la autoridad de una opinión particular, sino que piensen cada vez más en el otro; esto implica a veces renunciar a la defensa de lo que yo pienso que está bien y se tiene que hacer, para escuchar lo que otros, también legítimamente, tienen que decir. Así, se pide colaboración, coinspiración, dialogar para llegar a un acuerdo. Es un acuerdo, una armonía que Dios concede, una unanimidad que es para dar gloria a Dios al unísono, esto es, siendo todos uno en Cristo, siendo nosotros no desde el pequeño yo que se opone a los otros, sino desde esa apertura a un nivel profundo donde hay unidad y acuerdo, más allá de las diferencias superficiales.

La traducción de la Biblia de Jerusalén aporta un matiz algo diferente que quizá arroje algo más de luz sobre el asunto:
«Y el Dios de la paciencia y el consuelo os conceda tener los unos para con los otros los mismos sentimientos, siguiendo a Cristo Jesús, para que unánimes, a una voz, glorifiquéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo.»
Ya no parece que se hable tanto de "estar de acuerdo" en el sentido que se le da a la expresión por lo común como de sentimientos, actitud, inclinación, disposición. Aquí está más claro que se pide esa apertura al otro desde el corazón. Pablo insiste en esto mismo a continuación:
«Por tanto, acogeos mutuamente como os acogió Cristo para gloria de Dios.»
Amarse los unos a los otros como Cristo nos amó: esto es lo propio de los cristianos, y también de cualquier ser humano que se abre a su realidad más profunda.