jueves, 27 de agosto de 2009

Dejarlo todo por la verdad

Comento unos fragmentos entresacados de Echar raíces (1943), texto de Simone Weil.

«Dios se da al hombre gratuitamente y por añadidura, pero el hombre no debe desear recibirle. Debe entregarse totalmente, incondicionalmente, y por el motivo único de que tras haber errado de ilusión en ilusión en la búsqueda ininterrumpida del bien, está seguro de haber discernido la verdad volviéndose hacia Dios.»


Dice ilusión donde podría haber dicho pecado. El pecado no es más que caer en la ilusión. Simplemente, pecar es "no acertar con el sentido de la existencia humana", como explica Eckhart Tolle. Se prepara otra flecha y se tira de nuevo al blanco.

Más:

«Hay que desearle primero como verdad, y sólo a continuación como alimento.»


De acuerdo con Weil, se trata de volverse hacia la verdad, no de desear la solución a nuestros problemas como una necesidad. Esto me recuerda a una cosa que leí a Guénon, algo que podríamos traducir a un lenguaje actual así: al buscador espiritual honesto no le interesan los consuelos, sino la verdad.

Weil y Guénon parecen ponerlo difícil, pero creo que tienen razón en esto. No obstante, por otro lado casi todo el mundo tiene, desde cierto punto de vista y al menos temporalmente, un ego que busca consuelos. Lo uno no quita lo otro. Dejemos al Espíritu hacer su faena. Lo fundamental, en lo que dicen los dos autores, me parece que es la actitud, la disposición que ha de haber en el buscador espiritual honesto: la aspiración a la verdad, a pesar de que desde cierto punto de vista aún haya uno que se ilusiona y busca consuelos, en mayor o menor medida.

En esta línea, Simone Weil llega a decir algo, en el mismo texto, que puede parecerle fuerte a alguien religioso, pero que, pienso, es totalmente certero:

«Pues para que el sentimiento religioso proceda del espíritu de verdad hay que estar totalmente dispuesto a abandonar la propia religión, aunque se perdiera por ello toda razón de vivir, en el caso de que fuera algo distinto de la verdad.»


Esto no significa que haya que abandonar la propia religión, sino justamente lo que dice: que hay que estar totalmente dispuesto a abandonarla si fuera algo distinto de la verdad; porque sólo interesa la verdad. Se trata de abandonar el apego, que también toca a la religión como sistema con el que uno se puede identificar, perdiendo de vista la búsqueda de la verdad.

Eso implica también, creo, que hay que estar dispuesto a considerar la religión del otro como legítima en sí, y no como un error. Cuando yo estoy en lo cierto y los demás están equivocados, es que he perdido de vista la verdad.

Cristo lo dice bien claro, creo, cuando invita a dejarlo todo para seguirle.