martes, 10 de abril de 2012

El asunto de la muerte

Después de leer el texto de Thomas Merton sobre la muerte que Hernán colgó en su blog, creo que se me han aclarado algunas cosas sobre lo del otro día, el asunto de la muerte en El séptimo sello. (Se trata de una cita de Conjeturas de un espectador culpable.) Dice:

"En el corazón de la fe cristiana está la convicción de que, cuando se acepta la muerte en un espíritu de fe, y cuando la vida entera está orientada a la entrega de sí misma, de modo que al final uno la devuelva alegre y libremente en manos de Dios el Creador y Redentor, entonces la muerte se transforma en un logro. Uno vence a la muerte con el amor; no con la propia virtud heroica de uno mismo, sino tomando parte en ese amor con que Cristo aceptó la muerte en la Cruz."

Esto me hizo pensar en el "consumatus est" de la mujer silenciosa. Me sonaba al Evangelio y buscando un poquito encontré que claro, son las últimas palabras de Jesús en la cruz, en el Evangelio de Juan: "Todo está cumplido" (Jn 19, 30). A la vista de esto, puedo interpretar que la mujer silenciosa devuelve la vida alegre y libremente porque ha llegado el momento y, de esa manera, la muerte se transforma en una victoria (o un acto de amor), en lugar del final angustioso que es para el caballero, cuya preocupación única es lo que le espera después. Él busca seguridades porque no quiere acabarse; ella no busca nada, se entrega, superando su miedo a desaparecer, olvidándose de sí misma.

Si la cosa es así, que no lo sé, se podría decir que la película es profundamente religiosa, pese a las apariencias. En todo caso, permite esa lectura y esa reflexión y, definitivamente, da para profundizar muchísimo más. Pero, volviendo al texto de Merton, la cosa se podría resumir en esto:

"Pero, una vez más, la fe cristiana no pretende responder a la pregunta '¿Qué pasa después de la muerte?' Más bien contesta a la pregunta: ¿qué es la muerte? ¿Qué significa la muerte, en mi existencia, ahora?"

Así que, parece, todos podemos ser el caballero o la mujer. A nosotros nos toca elegir entre luchar o aceptar, ahora, es decir en cada momento. ¿Cuál es mi actitud ante la presencia de la muerte en mi vida, ahora? Esto es un asunto para la reflexión privada de cada cual. Lo que no quita para que anote aquí algunas ideas que me vienen, de algunos autores.

Ahí está, siempre unos pasos por detrás, como decía el don Juan de Castaneda, y un día te tocará en el hombro. Es una amiga, o habría que verla como una amiga, creo yo, porque su presencia es maestra. También el miedo a ella es maestro. Para Neil Gaiman, la Muerte no te juzga, sólo te acompaña, te quiere y te comprende, te acepta como eres y, cuando la veas al final, la reconocerás y recordarás que tú también la amas. Esto lo plasmó con gran sensibilidad en The Sandman y en las dos series de Muerte. Para don Juan, en su lenguaje, vivir conscientemente la realidad de la muerte es vivir como guerrero. En cristiano, es justo lo contrario, abandonar toda lucha; pero creo que se trata de lo mismo, en el fondo. Vivir teniendo en cuenta la muerte, no fingiendo que no está. La "carne" es débil, sin embargo, y se esfuerza por cerrar los ojos, huir. Pero todo pasa deprisa, y no hay tregua. El asunto de la muerte está ahí, lo miremos o no.

domingo, 1 de abril de 2012

El séptimo sello

Vi hace poco El séptimo sello de Ingmar Bergman. Cuando la vi por primera vez con una amiga, hace unos años, ella se quedó con la imagen negativa de la religión medieval, con su inutilidad frente a la realidad de la muerte y el horror de la peste. A mí en cambio lo que más me impactó fue la actitud de la mujer silenciosa, que sólo habla al final, para decir: "Consumatus est". Eso lo entendí como una especie de "hágase", como un aceptar la muerte con una sonrisa, acogerla, en lugar de huir de ella con miedo o resignarse a su inevitable llegada, como hacen los demás personajes. Me pareció que la mujer representaba la parte más positiva de lo religioso, en esa actitud espiritual de aceptación, y en la compasión que le llevaba un poco antes a intentar aliviar el sufrimiento del moribundo con un poco de agua. Defendí mi postura: que, en el fondo y pese a las apariencias, lo religioso era salvado por el autor, redimido por medio de la mujer silenciosa.

Esta vez, no he visto eso tan claro. Hay mucho más, y más profundo y complejo, por todos lados. Tal vez, en aquel entonces, intenté a toda costa salvar lo religioso de la desolación y la locura que la película muestra. Un intento de salvar algo mío, se entiende. Me parece que ahora entiendo mejor la interpretación de mi amiga. La nada está ahí, no hay por qué negarla.
La falta de significado, el horror, el miedo a la muerte, la locura, todo eso está ahí. Tal vez está ahí, un poco hiperbólicamente tal vez, porque es una historia vista desde la perspectiva del hombre del siglo XX, que se ha cerrado el acceso a la parte espiritual de su ser, pero algo en él lucha por superar los límites impuestos por el pensamiento racional. En esto, los personajes dicen mucho. Por un lado, está el caballero, cansado de una vida sin significado, perturbado por la idea de la nada, el miedo a la muerte, a desaparecer, viva imagen del hombre contemporáneo que, habiendo abandonado a Dios, experimenta la angustia de su fin próximo, porque si Dios muere, el hombre le sigue de cerca. Sería el que busca. Un ego que no quiere morir, y busca trascenderse, perpetuarse, desesperadamente. El escudero es más práctico pero igual de limitado, me suena a la voz de la razón o el "sentido común", tan engañoso y tentador a veces, ese que dice: "no te preocupes de darle agua al sediento, porque no serviría de nada, total, estamos todos condenados". Y luego está la mujer silenciosa, cuya actitud es de lo más intrigante.

Que el autor concede a esta mujer un carácter central al final, me parece bastante claro. Hasta qué punto su actitud es de aceptación, no lo sé. Tal vez acoge la muerte de buen grado porque supone el fin del sufrimiento que ha visto en vida. Podría ser. ¿Eso sería un aceptar a medias, porque no le queda otra, una huida de la vida? Tampoco voy a ponerme a juzgar si eso está bien o mal, qué sé yo. En todo caso, la Muerte se los lleva a todos, sea cual sea su actitud, y eso es una realidad que está ahí. Aunque claro, la actitud importa. Y la mujer silenciosa elige, a fin de cuentas, acoger lo que hay. Sean cuales sean sus razones, esa es su elección, y esa elección la distingue visiblemente del resto. Es la única que parece superar su miedo, con su sonrisa indescifrable como la vida y su consumatus est poniendo punto final al drama.

La Muerte se lleva a los demás, mientras que la pareja de comediantes sigue su camino. A lo mejor ha sido la intervención del caballero durante la última sesión de la partida de ajedrez, que les permitió escabullirse, lo que los ha salvado. O puede que, simplemente, no fuera su momento. Pero lo cierto es que se llaman José y María y que escapan de la muerte con su niño pequeño, al que hemos visto corretear como un sol por el campo, libre, luminoso y fuente de felicidad para el atormentado caballero. Una cosa sí parece clara. En esa última escena, mientras la familia sigue su camino, despreocupados, contentos y vivos, hay luz y esperanza. Precisamente ahí, en el camino, en lo cotidiano.

Entre el rostro expresivo de la mujer silenciosa y el camino que sigue el carro de José y María, algo importante y sutil brilla. Está ahí, se siente, en el contraste entre escenas, entre noche y día. Tal vez un intento de reconciliación de vida y muerte, un mensaje de esperanza en las tinieblas de la noche oscura del siglo, u otra cosa. Ahí está esa sensación y esa intriga.