«Y decían entre sí: –¿Por qué los Señores del Occidente disfrutan de una paz imperecedera, mientras que nosotros tenemos que morir e ir a no sabemos dónde, abandonando nuestros hogares y todo cuanto hemos hecho? Y los Eldar no mueren, aun los que se rebelaron contra los Señores. Y puesto que hemos dominado todos los mares, y no hay aguas demasiado salvajes o extensas para nuestras naves, ¿por qué no podemos ir a Avallónë y saludar allí a nuestros amigos?
Y había otros que decían: –¿Por qué no podemos ir a Aman y gustar allí siquiera un día la beatitud de los Poderes? ¿Acaso no somos importantes entre los pueblos de Arda?
Los Eldar transmitieron estas palabras a los Valar, y Manwë se entristeció, pues veía que una nube se cernía ahora sobre el mediodía de Númenor. Y envió mensajeros a los Dúnedain, que hablaron severamente con el rey, y a todos cuantos estaban dispuestos a escucharlos, acerca del destino y los modos del mundo.
–El Destino del Mundo –dijeron– sólo uno puede cambiarlo, el que lo hizo. Y si navegarais de tal manera que burlando todos los engaños y las trampas llegaseis en verdad a Aman, el Reino Bendecido, de escaso provecho os sería. Porque no es la tierra de Manwë lo que hace inmortal a la gente sino que la Inmortalidad que allí habita ha santificado la tierra; y allí os marchitaríais y os fatigaríais más pronto, como las polillas en una luz demasiado fuerte y constante.
Pero el rey le preguntó: –¿Y no vive acaso Eärendil, mi antepasado? ¿O no está en la Tierra de Aman?
A lo cual ellos respondieron: –Sabéis que tiene un destino aparte, y fue adjudicado a los Primeros Nacidos, que no mueren; pero también se ha ordenado que nunca pueda volver a las tierras mortales. Mientras que vos y vuestro pueblo no sois de los Primeros Nacidos, sino Hombres mortales, como os hizo Ilúvatar. Parece sin embargo que deseáis los bienes de ambos linajes, navegar a Valinor cuando se os antoje y volver a vuestras casas cuando os plazca. Eso no puede ser. Ni pueden los Valar quitar los dones de Ilúvatar. Los Eldar, decís, no son castigados, y ni siquiera los que se rebelaron mueren. Pero eso no es para ellos recompensa ni castigo, sino el cumplimiento de lo que son. No pueden escapar, y están sujetos a este mundo para no abandonarlo jamás mientras dure, pues tienen su propia vida. Y vosotros sois castigados por la rebelión de los Hombres, decís, en la que poco participasteis. Pero en un principio no se pensó que eso fuera un castigo. De modo que vosotros escapáis y abandonáis el mundo y no estáis sujetos a él, con esperanza o con fatiga. ¿Quién por lo tanto tiene que envidiar a quién?
Y los Númenóreanos respondieron: –¿Por qué no hemos de envidiar a los Valar o aun al último de los Inmortales? Pues a nosotros se nos exige una confianza ciega y una esperanza sin garantía, y no sabemos lo que nos aguarda en el próximo instante. Pero también nosotros amamos la Tierra y no quisiéramos perderla.
Entonces los mensajeros dijeron: –En verdad los Valar no conocen qué ha decidido Ilúvatar sobre vosotros, y él no ha revelado todas las cosas que están por venir. Pero esto sabemos de cierto: que vuestro hogar no está aquí, ni en la Tierra de Aman, ni en ningún otro sitio dentro de los Círculos del Mundo. Y el Destino de los Hombres, que han de abandonar el Mundo, fue en un principio un don de Ilúvatar. Se les convirtió en sufrimiento sólo porque los cubrió la sombra de Morgoth y les pareció que estaban rodeados por una gran oscuridad; de la que tuvieron miedo; y algunos se volvieron obstinados y orgullosos, y no estaban dispuestos a ceder, hasta que les arrancasen la vida. Nosotros, que soportamos la carga siempre creciente de los años, no lo comprendemos claramente; pero si ese dolor ha vuelto a perturbaros, como decís, tememos que la Sombra se levante una vez más y crezca de nuevo en vuestros corazones. Por tanto, aunque seáis los Dúnedain, los más hermosos de los Hombres, que escapasteis de la Sombra de antaño y luchasteis valientemente contra ella, os decimos: ¡Cuidado! No es posible oponerse a la voluntad de Eru; y los Valar os ordenan severamente mantener la confianza en aquello a que estáis llamados, no sea que pronto se convierta otra vez en una atadura y os sintáis constreñidos. Tened más bien esperanzas de que el menor de vuestros deseos dará su fruto. Ilúvatar puso en vuestros corazones el amor de Arda, y él no siembra sin propósito. No obstante, muchas edades de Hombres no nacidos pueden transcurrir antes de que ese propósito sea dado a conocer; y a vosotros os será revelado y no a los Valar.»
En: "Akallabêth. La caída de Númenor". J. R. R. Tolkien, El Silmarillion.
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