«Los cenobitas de la Tebaida se hallaban sometidos a los asaltos de muchos demonios. La mayor parte de esos espíritus malignos aparecía furtivamente a la llegada de la noche. Pero había uno, un enemigo de mortal sutileza, que se paseaba sin temor a la luz del día. Los santos del desierto lo llamaban daemon meridianus, pues su hora favorita de visita era bajo el sol ardiente. Yacía a la espera de que aquellos monjes se hastiaran de trabajar bajo el calor opresivo, aprovechando un momento de flaqueza para forzar la entrada a sus corazones. Y una vez instalado dentro, ¡qué estragos cometía!, pues de repente a la pobre víctima el día le resultaba intolerablemente largo y la vida desoladoramente vacía. Iba a la puerta de su celda, miraba el sol en lo alto y se preguntaba si un nuevo Josué había detenido el astro a la mitad de su curso celeste. Regresaba entonces a la sombra y se preguntaba por qué razón él estaba metido en una celda y si la existencia tenía algún sentido. Volvía entonces a mirar el sol, hallándolo indiscutiblemente estacionario, mientras que la hora de la merienda común se le antojaba más remota que nunca. Volvía entonces a sus meditaciones para hundirse, entre el disgusto y la fatiga, en las negras profundidades de la desesperación y el consternado descreimiento. Cuando tal cosa ocurría el demonio sonreía y podía marcharse ya, a sabiendas de que había logrado una buena faena mañanera.»
Aldous Huxley, On the Margin, 1923. [Fuente. Vía Efímera.]
Este demonio fue conocido, en la Edad Media, con el nombre de acedia; se la consideraba uno de los ocho vicios capitales que subyugan al hombre. Chaucer dice de ella que «hace al hombre aletargado, pensaroso y grave»; «retarda y pone inerte», incapacitando para la acción. Así que, puesto que la vida es un fluir, este demonio paraliza aquello que debería fluir libremente, quizá precisamente para evitar la libertad del ser humano, para apartarle de su ser profundo. La acedia lleva a su víctima por el camino de la desesperanza, alejándola de la raíz de la que surge la vida y la verdadera libertad. Genera la ociosidad, la morosidad, la frialdad, la tristitia, de la que San Pablo dice que mata al hombre.
Con el correr de los tiempos, la acedia pasó de ser considerada un pecado a ser vista como una enfermedad. Pero, en un determinado momento, algo cambió. Dice Huxley:
«Aquel "pecado de la aflicción mundana, llamado tristitia" se volvió una virtud literaria, una moda espiritual. Los apóstoles de la melancolía unieron al unísono sus débiles cornamusas, y los Hombres Sensibles se echaron a llorar. Vino entonces el siglo XIX y el romanticismo, y con ellos el triunfo del demonio del mediodía. La acedia en su forma más complicada y mortífera –una mezcla de hastío, tristeza y desesperación– era ahora motivo de inspiración de los mayores poetas y novelistas, cosa que sigue siendo a la fecha. Los románticos denominaron este horrible fenómeno como mal du siècle. El nombre era lo de menos; lo que nombraba seguía siendo lo mismo.»
Esta emoción tiene una relación muy estrecha con cierto deseo de hallarse en otra situación distinta a aquella en la que de hecho uno se encuentra, de estar «en algún lugar fuera de este mundo». Es, pues, un descontento con la realidad, un negarse a aceptar las cosas tal como son, un rechazo de lo que a uno le acontece. Este fenómeno, que hace infelices a los hombres, es conocido sin duda por las tradiciones de sabiduría de la humanidad con diversos nombres y desde tiempos remotos. Pero ¿cómo este demonio acaba enseñoreándose de toda una cultura? Para Huxley, la causa está en la desilusión. El fracaso de la revolución francesa (y de todas las que le sucedieron, aun después de Huxley), las guerras del siglo XX, la devastación de la naturaleza por la industrialización; en suma, la progresiva deshumanización que aún nosotros, nietos del romanticismo, vivimos; todo ello ha convertido a la acedia en «un estado mental que el destino nos ha impuesto». Esto es especialmente evidente en algunas poses modernas (la tristeza es cool), pero como tal estado mental, resulta, de algún modo, contagioso. O, más bien, sucede quizá que, ya que todos estamos profundamente interconectados, sencillamente compartimos lo que hay.
Desde el punto de vista de un hombre medieval, pues, el mundo actual resultaría sobrecogedor. Y, aunque hoy ya no se habla de demonios, la constatación del hecho de que emociones destructivas (que antaño y en todas partes fueron consideradas cadenas para la libertad del ser humano) impregnan hoy el ambiente de una cultura cada vez más global, debería preocuparnos de igual modo desde un punto de vista religioso, científico, filosófico o simplemente humano.
Hace algunas semanas, Hernán de Esperando nacer citaba a Chesterton en su anotación "Canto y trabajo". El escritor inglés se preguntaba por qué, si las labores antiguas han estado siempre tan acompañadas de música, no se canta en cambio en los trabajos de la era moderna. «Al parecer, hay algo indefinible en la misma atmósfera de la sociedad en que vivimos que hace muy difícil cantar en un banco». ¿Será la acedia? A Hernán, la causa le parecía «una tristeza general, hija de un inconformismo estéril, una ingratitud y un enfurruñamiento cósmico propio de este tiempo y de estos niños malcriados que somos». Con lo cual, creo, concuerda todo lo dicho hasta aquí.
«Estad siempre alegres», recomienda San Pablo. Lo mismo en todas las tradiciones de sabiduría, puesto que la alegría es el estado natural del hombre, que se ve sólo enturbiado por el apego y el rechazo. Pero esta alegría no tiene nada que ver, por cierto, con el hedonismo de hoy, esa falsa alegría que ve en el carpe diem lo contrario de lo que significa. San Pablo, en efecto, continúa: «Orad constantemente. En todo dad gracias, pues esto es lo que Dios, en Cristo Jesús, quiere de vosotros». Aquello que nos hace ser lo que somos, que el cristianismo llama Espíritu y en otras latitudes es nombrado con otros nombres, es también un espíritu de alegría, que impele a cantar y a hacer música, la cual es la armonía de los diversos componentes del ser humano. («El alma es una sinfonía», decía Santa Hildegarda de Bingen, y esto arroja, quizá, alguna luz sobre el problema de la influencia de la música.) Tal vez por ello los pueblos que aún no llevaban la carga que nosotros llevamos cantaban con naturalidad en toda ocasión. Y no solían ser canciones tristes, por cierto. Uno de los aspectos más llamativos de la obra de Tolkien es que sus personajes suelen cantar en situaciones a veces chocantes. Los elfos, seres más cercanos al origen que los hombres, cantan y sonríen con gran facilidad. La acedia está lejos de ellos, así como de los héroes de los poemas tradicionales; en épocas míticas los demonios asumían por lo general formas horribles, reconocibles, y eran combatidos.
Hoy las sonrisas, las canciones, los brincos de gozo, tan naturales en los niños, afloran con dificultad. La acedia ha calado hondo en los adultos posmodernos, y se hace más urgente que nunca tomar conciencia de esa alegría profunda e inocente que mana con naturalidad como de una fuente escondida.
[Imagen: "It burns my skin", de Selwyn Storer.]
Comentarios a la entrada en su anterior ubicación:
ResponderEliminarAutor: Anónimo
Saludos Daniel, y un Abrazo*
A propósito de la Alegría (¿de la "tristitia"?) te cuelgo yo aquí un texto que publiqué hace ya casi dos años en "La Clamor". Quizás me voy bastante digresivamente del tema, pero creo que la profunda e ilustrada reflexión que tú despliegas puede hacer un hueco pertinente para lo siguiente:
SAL DE SALUD
*¿Quizás una nueva idea (otra cultura vital) de lo que por SANO deberíamos entender? Curar-la-Salud, Tener-Salud, por supuesto que sí, pero, la pretensión a veces tan ciega de querer “curar-la-salud-a-toda-costa” ¿no debería acaso aprender a beber más cristalinamente, en la lúcida expresión común de siempre que nos reza aquello de: *CurarSe en Salud*?
Malditamente gris es, como decía Pitágoras. “hacer de nuestro cuerpo la tumba del alma”, para desde esta cárcel, sacar a tender al sol de lo social y mundanal, una vez más, la miseria de nuestro saludable o no-saludable EGO, que no querrá otra cosa que contagiar su mala gana y su huraño status: “¡mi salud es mía, mía, mía..., y dejadme que sólo a ella me dedique!”.
La Salud pues, es muchas cosas desde las posibilidades expansivas de nuestro cuerpo (y nuestro seso), pero por encima de todo la Salud debe ser: Alegría. Que la alegría tiene muchos registros, muchos rostros, pero es siempre un mismo potencial en el deseo de vivir para con uno mismo y para con los demás. Que la Alegría tiene mucho que decir a la hora de CURAR, y sobre todo a la hora de HUMANIZAR más nuestro alrededor, para conseguir hacer más sincera y efectiva toda relación entre médicos y pacientes, por ejemplo. Porque ni unos y otros tendrán ni deberán tener nunca la potestad de la salud ni de la curación. Que ni médicos serán los infalibles (dioses), ni nosotros pacientes las inocentes víctimas que les obligan a ser perfectos (dioses), y como consecuencia, a bunkerizarse en ese status tan corporativo, inaccesible y críptico. Los médicos son consejeros (los más idóneos) en esto de la Salud, pero sólo consejeros, responsables y éticos CONSEJEROS. Y nosotros los pacientes, también responsables desde la mayor consideración hacia ellos, soberanos de nuestro cuerpo, por supuesto, pero HUMILDES a la hora de decidir ponernos en esas sus siempre HUMANAS, antes que médicas y funcionarias manos.
Sí, la Alegría, ese potencial interior de las ganas de vivir, esas Ganas-Hacia-Fuera. Dígase que no en toda hora tiene por qué mostrar exactamente los aspavientos y chispas felices de su “faz esencial”. Eso sí, la Alegría en cuanto tal, siempre sabrá irradiarse al exterior, aunque sea desde el serio gesto de lo que luminosamente es firme y seguro.
La Alegría se basta a sí misma, y se reconoce en su propia sonrisa que, es siempre “SON” para los demás y tantas veces “RISA”. La Salud es “SAL”, pero sal muy SOLA, a no ser de primeras que, en la “sol-era” del mar de la Alegría la hayamos sabido recoger, para al final volver a ese mismo mar, convertidos en más y nueva sal DE encanto y de VIDA.
ALEGRÍA: musa, esta Dama auténtica y jovial. SALUD: esa musa encarnada en aquella Niña bonita, pero que en estos tiempos tan niñATA.*
Im-PACIENTE escribidor
Carlos S.
Fecha: 27/07/2007 00:50.
Autor: Daniel
Decía yo que la alegría es el estado natural del hombre, y creo que viene muy a cuento con ello la relación que estableces entre la alegría y la salud. La alegría es armonía musical del ser humano, y la salud es precisamente la armonía integral del ser humano. Esto me lleva a pensar en el concepto de salud. Salud, que viene de SALUS, palabra latina que significa tanto "salud" como "salvación". La salud del ser humano, pues, sería en realidad, no sólo la salud del cuerpo, sino la armonía del cuerpo, el alma y el espíritu. Las tradiciones de sabiduría lo han sabido desde siempre, y también hoy las investigaciones científicas avanzan en este sentido: las enfermedades aparecen como consecuencia de desarmonías más profundas. La salud es, pues, armonía, que viene de un ánimo alegre, esto es, en paz y en consonancia con el Ser.
Creo que tocas un punto interesante al hacer referencia al egoísmo que puede implicar una excesiva preocupación por la salud, al menos tal como es entendida hoy, salud corporal y personal adicción a lo sanitario. Tal como revelan la etimología y las distintas tradiciones que se han dedicado a estudiarla, la verdadera salud en su auténtica amplitud trasciende con mucho el ámbito del ego. Luego, en una sociedad sana, debería ocupar una posición central la Salud como salud integral o salvación, estando el buen funcionamiento de las funciones corporales naturalmente subordinado a ella, por decirlo de alguna manera. Y nuestra salud, siendo consecuentes con al ámbito supraindividual al que se refiere, debería estar en consonancia y relación natural con la salud de los otros y del universo en general. Es decir, mi verdadera salud pasa por la salud de los demás, la salud del medio en que vivo, la salud del planeta. En términos budistas (que también se entienden de maravilla en cristiano), la salud es la salvación de todos los seres que sufren, y lo que por encima de todo cura es ese misterio, esa naturaleza búdica, ese Espíritu que inspira una alegría profunda.
Abrazos, Carlos.
Fecha: 27/07/2007 13:14.
Autor: loiayirga
Interesantísimo este post sobre la acedia.
"cierto deseo de hallarse en otra situación distinta a aquella en la que de hecho uno se encuentra, de estar «en algún lugar fuera de este mundo». Es, pues, un descontento con la realidad, un negarse a aceptar las cosas tal como son, un rechazo de lo que a uno le acontece."
IMPRESIONANTE. ¡Qué gusto da aprender! Leyendo sobre esto se ha espantado el demonio tentador (acedia). Leyendo tu blog tenía la seguridad de estar haciendo en ese momento lo que convenía hacer.
Fecha: 22/11/2007 11:04.
Autor: Daniel
Gracias por tus amables palabras; me alegro de que te haya gustado. La verdad es que no estoy muy seguro de que lo que escriba sirva para aprender algo, o de que esté más o menos bien o mal encaminado, pero, ya que mi propósito al hacerlo es reflexionar, me alegro si a alguien le sirve para lo mismo.
Un saludo.
Fecha: 22/11/2007 11:48.
Estimados, supongo que llego algo tarde a la conversación, pero he de decirles que es tan excelente la puesta de los dos, que me impresiona. Estoy trabajando en un ciclo cultural sobre los 7 pecados, Investigando sobre la pereza, llegué a este blog. Sincronicidad como dice Jung. Hace tantos años escrito y veo refelejado en sus textos, mis pensamientos, mis reflexiones, mi investigación! Quiero darles las gracias por tanta claridad, me siento con infinita alegría. Gracias!
ResponderEliminar´María Valdés Quintana
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