Decimos con demasiada facilidad aquello de "he sacado provecho de este libro" o "no he sacado ningún provecho de este libro", o "este libro no me ha aportado nada". Me pregunto quién es uno mismo para juzgar el provecho que ha obtenido de un libro cualquiera –o de una situación vital cualquiera–, y tengo la impresión de que hay ahí una especie de orgullo más o menos inconsciente. Así, uno se cree con el poder para determinar lo que le beneficia; y ¿para quién es ese beneficio? ¿y quién es el que juzga el beneficio? Siempre para mí, claro, siempre yo; siempre el ego, el que pone límites, ideas, etiquetas y velos a una realidad libre de todo juicio.
Aquello de "no juzguéis, para que no seáis juzgados" (Mt 7, 1) es, creo, aplicable en cierto modo aquí. En la medida en que uno juzga las cosas, resulta él mismo juzgado, limitado, condenado a comprender sólo lo que ve o quiere ver.
El provecho intelectual (en el sentido de adquisición de conocimientos o comprensión racional) o el disfrute estético, obtenidos por la lectura de un libro, son seguramente más fáciles de ver y juzgar, o el margen de error es menor. Pero ¿cómo determinar aquello que queda fuera de nuestra conciencia ordinaria? Pienso, por ejemplo, en la acción, comprensión o influencia efectivas pero no necesariamente conscientes que puede reportar leer el Evangelio o cualquier texto sagrado en tanto que Palabra revelada o inspirada. Pero creo que no sólo en ese caso, sino en cualquier lectura –y, de nuevo, en cualquier situación vital– conviene ser cauteloso y no juzgar con demasiada facilidad el provecho obtenido; o no tomar los propios juicios demasiado en serio, lo que implica, claro, no tomarse a uno mismo demasiado en serio.
Quizá, en este tema, se le plantea a uno, en definitiva, una elección: confiar en las propias fuerzas y las propias ideas o, por el contrario, cultivar la humildad. Amontonar tesoros en la tierra o amontonar tesoros en el cielo.
¿Y no podría, quizás, relacionarse el juicio sobre el provecho de una lectura con el reconocimiento de una incapacidad personal?
ResponderEliminarCreo que sí, Juanjo. Visto así, lo de orgullo vs humildad no me queda tan claro.
ResponderEliminarPero, me pregunto, ¿hasta qué punto puede ser uno mismo consciente y no engañarse respecto a su incapacidad? Quizá me leo un libro y pienso honestamente que no he obtenido ningún provecho, pero ¿quién sabe si en realidad algo me ha calado evadiendo mi percepción?
Pues yo también tengo esa duda. Algunas veces, pasado el tiempo, he sentido la influencia de cosas a las que en su momento no había concedido importancia (y también al revés, asuntos que consideraba importantes después me parecen pueriles).
ResponderEliminarDice algo parecido Leon Bloy aquí:
Se cree en la realidad de demasiadas cosas. Este diario es para mi una prueba. Consigno aquí los hechos menores con sumo cuidado. Cuando ha pasado un corto espacio de tiempo, me asombro de haber concedido tanta importancia a lo que tenía tan poca. Los acontecimientos o incidentes que antes habían obrado sobre mi alma se rebajan, se borran con el paso del tiempo, dan la impresión de que entran de nuevo en la nada de donde probablemente no salieron jamás. No queda nada más que lo hecho o sufrido por Dios.
(Y es curioso que yo mismo haya pensado que no saqué mucho provecho de la lectura de sus diarios). Veremos, pues.
No tienes enlaces, que triste se ve tu blog sin ellos...
ResponderEliminarJuanjo, a mí también me ha pasado eso; por eso creo que los juicios que yo pueda hacer, pese a poder ser útiles o válidos en determinado momento, no deben de ser a la postre sino torpes tanteos.
ResponderEliminarEl texto que citas de Bloy (¡gracias!), "No queda nada más que lo hecho o sufrido por Dios" me trae a la memoria otro de Louis Cattiaux:
Una mañana me desperté viejo,
pobre y solitario, y cuando se me
ocurrió la idea que sólo Dios sufría en mí todo
eso, brinqué como un poderoso señor
chorreando oro fresco.
¿No será todo, "lo hecho o sufrido por Dios"? Quiero decir, que pese a que algo nos parezca en determinado momento muy importante o muy poco importante, me digo que quizá lo más sabio sea aceptarlo todo, no rechazarlo ni por importante ni por poco importante, incluso acogerlo. No lo sé.
Armando, gracias por la ¿sugerencia? De momento este blog no tiene enlaces, en efecto; aunque no descarto incluirlos en cualquier momento.
Daniel, esta tarde vi en el google reader un nuevo post de Candelero, y me dio una alegría porque pensaba que habías cerrado el blog. Pero veo que ha desaparecido el post, y estaba muy bien. Supongo que lo has quitado. No hace falta ser tan crítico.
ResponderEliminarUn abrazo
Daniel, simplemente pasar a saludar y decirte que se echan de menos tus post y comentarios. Al contrario que a Pseudópodo, a mí no me ha dado tiempo a leer esa última entrada. Anímate y cuélgala, anda.
ResponderEliminarUn abrazo.
Hola, Pseudópodo y Pola. Perdonad que no haya contestado antes, pero la verdad es que acabo de ver vuestros comentarios de casualidad, porque por alguna razón no me llegaban los e-mails de aviso que se suelen enviar automáticamente a mi dirección de correo cada vez que alguien comenta. He vuelto a colgar el post del que hablas, Pseudópodo, justo debajo del que acabo de escribir y colgar; lo había guardado en borrador y no me decidía a publicarlo, pero ahí queda tal cual.
ResponderEliminarGracias a ambos por leer y por los comentarios. No he cerrado el blog pero me cuesta decidirme a publicar cualquier "combinación de palabras" desde hace meses. Procuraré ser menos crítico. :)
Abrazos
Hola, Daniel,
ResponderEliminarMe alegro de que no dejes el blog, yo lo echaba de menos. Y lo que publiques seguro que será mucho más que una combinación de palabras. A veces el perfeccionismo es estéril.