Vi hace poco El séptimo sello de Ingmar Bergman. Cuando la vi
por primera vez con una amiga, hace unos años, ella se quedó con la
imagen negativa de la religión medieval, con su inutilidad frente a la
realidad de la muerte y el horror de la peste. A mí en cambio lo que más
me impactó fue la actitud de la mujer silenciosa, que sólo habla al
final, para decir: "Consumatus est". Eso lo entendí como una especie de
"hágase", como un aceptar la muerte con una sonrisa, acogerla, en lugar
de huir de ella con miedo o resignarse a su inevitable llegada, como
hacen los demás personajes. Me pareció que la mujer representaba la
parte más positiva de lo religioso, en esa actitud espiritual de
aceptación, y en la compasión que le llevaba un poco antes a intentar
aliviar el sufrimiento del moribundo con un poco de agua. Defendí mi
postura: que, en el fondo y pese a las apariencias, lo religioso era
salvado por el autor, redimido por medio de la mujer silenciosa.
Esta
vez, no he visto eso tan claro. Hay mucho más, y más profundo y
complejo, por todos lados. Tal vez, en aquel entonces, intenté a toda
costa salvar lo religioso de la desolación y la locura que la película
muestra. Un intento de salvar algo mío, se entiende. Me parece que
ahora entiendo mejor la interpretación de mi amiga. La nada está ahí,
no hay por qué negarla.
La falta de significado, el horror, el
miedo a la muerte, la locura, todo eso está ahí. Tal vez está ahí, un
poco hiperbólicamente tal vez, porque es una historia vista desde la
perspectiva del hombre del siglo XX, que se ha cerrado el acceso a la
parte espiritual de su ser, pero algo en él lucha por superar los
límites impuestos por el pensamiento racional. En esto, los personajes
dicen mucho. Por un lado, está el caballero, cansado de una vida sin
significado, perturbado por la idea de la nada, el miedo a la muerte, a
desaparecer, viva imagen del hombre contemporáneo que, habiendo
abandonado a Dios, experimenta la angustia de su fin próximo, porque si
Dios muere, el hombre le sigue de cerca. Sería el que busca. Un ego
que no quiere morir, y busca trascenderse, perpetuarse,
desesperadamente. El escudero es más práctico pero igual de limitado,
me suena a la voz de la razón o el "sentido común", tan engañoso y
tentador a veces, ese que dice: "no te preocupes de darle agua al
sediento, porque no serviría de nada, total, estamos todos condenados".
Y luego está la mujer silenciosa, cuya actitud es de lo más
intrigante.
Que el autor concede a esta mujer un
carácter central al final, me parece bastante claro. Hasta qué punto su
actitud es de aceptación, no lo sé. Tal vez acoge la muerte de buen
grado porque supone el fin del sufrimiento que ha visto en vida. Podría
ser. ¿Eso sería un aceptar a medias, porque no le queda otra, una
huida de la vida? Tampoco voy a ponerme a juzgar si eso está bien o
mal, qué sé yo. En todo caso, la Muerte se los lleva a todos, sea cual
sea su actitud, y eso es una realidad que está ahí. Aunque claro, la
actitud importa. Y la mujer silenciosa elige, a fin de cuentas, acoger
lo que hay. Sean cuales sean sus razones, esa es su elección, y esa
elección la distingue visiblemente del resto. Es la única que parece
superar su miedo, con su sonrisa indescifrable como la vida y su
consumatus est poniendo punto final al drama.
La Muerte
se lleva a los demás, mientras que la pareja de comediantes sigue su
camino. A lo mejor ha sido la intervención del caballero durante la
última sesión de la partida de ajedrez, que les permitió escabullirse,
lo que los ha salvado. O puede que, simplemente, no fuera su momento.
Pero lo cierto es que se llaman José y María y que escapan de la muerte
con su niño pequeño, al que hemos visto corretear como un sol por el
campo, libre, luminoso y fuente de felicidad para el atormentado
caballero. Una cosa sí parece clara. En esa última escena, mientras la
familia sigue su camino, despreocupados, contentos y vivos, hay luz y
esperanza. Precisamente ahí, en el camino, en lo cotidiano.
Entre
el rostro expresivo de la mujer silenciosa y el camino que sigue el
carro de José y María, algo importante y sutil brilla. Está ahí, se
siente, en el contraste entre escenas, entre noche y día. Tal vez un
intento de reconciliación de vida y muerte, un mensaje de esperanza en
las tinieblas de la noche oscura del siglo, u otra cosa. Ahí está esa
sensación y esa intriga.
buenísimo, y muy de acuerdo en todo
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