«En aquella isla que he contado nos quisieron hacer físicos, sin examinarnos ni pedirnos los títulos, porque ellos curan las enfermedades soplando al enfermo y con aquel soplo y las manos echan dél la enfermedad, y mandáronnos que hiziéssemos lo mismo y sirviéssemos en algo; nosotros nos reíamos dello, diziendo que era burla y que no sabíamos curar, y por esto nos quitavan la comida hasta que hiziéssemos lo que nos dezían. Y viendo nuestra porfía, un indio me dixo a mí que yo no sabía lo que dezía en dezir que no aprovecharía nada aquello que él sabía, ca las piedras y otras cosas que se crían por los campos tienen virtud, y que él, con una piedra caliente, trayéndola por el estómago, sanava y quitava el dolor, y que nosotros, que éramos hombres, cierto era que teníamos mayor virtud y poder. En fin, nos vimos en tanta necessidad que lo ovimos de hazer sin temer que nadie nos llevasse por ello la pena. La manera que ellos tienen en curarse es ésta: que en viéndose enfermos llaman a un médico, y después de curado no sólo le dan todo lo que posseen, mas entre sus parientes buscan cosas para darle. Lo que el médico haze es dalle unas sajas adonde tiene el dolor, y chúpanle alderredor dellas. Dan cauterios de fuego, que es cosa entre ellos tenida por muy provechosa, e yo lo he experimentado y me suscedió bien dello, y después desto soplan aquel lugar que les duele, y con esto creen ellos que se les quita el mal. La manera con que nosotros curamos era santiguándolos y soplarlos y rezar un Pater noster y un Ave María, y rogar lo mejor que podíamos a Dios Nuestro Señor que les diesse salud y espirasse en ellos que nos hiziessen algún buen tratamiento. Quiso Dios Nuestro Señor y su misericordia que todos aquellos por quien suplicamos, luego que los santiguamos, dezían a los otros que estavan sanos y buenos, y por este respecto nos hazían buen tratamiento y dexavan ellos de comer por dárnoslo a nosotros y nos davan cueros y otras cosillas.»[1]Me llama la atención el razonamiento del indio: si hasta las piedras y las hierbas tienen virtud de curar, ¿cómo no van a tenerlo en mayor grado los hombres? Dejando de lado lo que posiblemente sean conocimientos chamánicos, esto me trae a la memoria una frase evangélica, con la que quizá se pueda establecer alguna relación: "¿No se venden dos pajarillos por un as? Pues bien, ni uno de ellos caerá en tierra sin el consentimiento de vuestro Padre. En cuanto a vosotros, hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No temáis, pues; vosotros valéis más que muchos pajarillos." (Mt 10, 30-31). Y la manera de curar de los españoles me recuerda aquello otro sobre la eficacia de la oración: "Pedid y se os dará" (Mt 7, 7).
Algún tiempo después, el fenómeno se repite:
«Aquella misma noche que llegamos vinieron unos indios a Castillo y dixéronle que estavan muy malos de la cabeça, ruegándole que los curasse, y después que los hubo santiguado y encomendado a Dios, en aquel punto los indios dixeron que todo el mal se les avía quitado, y fueron a sus casas y truxeron muchas tunas y un pedaço de carne de venado, cosa que no sabíamos qué cosa era, y como ésto entre ellos se publicó, vinieron otros muchos enfermos en aquella noche a que los sanasse, y cada uno traía un pedaço de venado, y tantos eran que no sabíamos adónde poner la carne. Dimos muchas gracias a Dios porque cada día iva cresciendo su misericordia y mercedes.»[2]Aparte de la circunstancia –a tener muy en cuenta, por otro lado, como luego veremos– de que el autor cuenta o dice contar experiencias reales, me parece que estos textos permiten una lectura simbólica: en la medida en que uno da (rogando a Dios por los demás, en este caso), recibe a espuertas, y esto me hace pensar en la multiplicación de los panes: "Comieron todos y se saciaron, y de los trozos sobrantes recogieron siete espuertas llenas." (Mt 15, 37).
Las curaciones continúan, incluso con un hombre aparentemente fallecido:
«Otro día, de mañana, vinieron allí muchos indios, y traían cinco enfermos que estavan tollidos y muy malos y venían en busca de Castillo que los curasse, e cada uno de los enfermos ofresció su arco y flechas, y él los santiguó y encomendó a Dios Nuestro Señor y todos le suplicamos con la mejor manera que podíamos les enbiasse salud, pues él vía que no avía otro remedio para que aquella gente nos ayudasse y saliéssemos de tan miserable vida, y él lo hizo tan misericordiosamente que, venida la mañana, todos amanescieron tan buenos y sanos y se fueron tan rezios como si nunca ovieran tenido mal ninguno. Esto causó entre ellos muy gran admiración, y a nosotros despertó que diéssemos muchas gracias a Nuestro Señor, a que más enteramente conosciéssemos su bondad y tuviéssemos firme esperança que nos avía de librar y traer donde le pudiéssemos servir. [...] Y como por toda la tierra no se hablase sino en los misterios que Dios Nuestro Señor con nosotros obrava, venían de muchas partes a buscarnos para que los curássemos, y a cabo de dos días que allí llegaron, vinieron a nosotros unos indios de los Susolas y rogaron a Castillo que fuesse a curar un herido e otros enfermos, y dixeron que entre ellos quedava uno que estava muy al cabo. Castillo era médico muy temeroso, principalmente cuando las curas eran muy temerosas e peligrosas, e creía que sus pecados avían de estorvar que no todas vezes suscediesse bien el curar. Los indios me dixeron que yo fuesse a curarlos, porque ellos me querían bien e se acordavan que les avía curado [...] Y cuando llegué cerca de los ranchos que ellos tenían, yo ví el enfermo que ívamos a curar, que estava muerto, porque estava mucha gente al derredor dél llorando, y su casa deshecha, que es señal que el dueño estava muerto. Y ansí, quando yo llegué hallé el indio los ojos bueltos e sin ningún pulso, e con todas señales de muerto, según a mí me paresció, e lo mismo dixo Dorantes. Yo le quité una estera que tenía encima con que estava cubierto, y lo mejor que pude supliqué a Nuestro Señor fuesse servido de dar salud a aquél y a todos los otros que della tenían necessidad. Y después de santiguado e soplado muchas vezes, [...] nos bolvimos a nuestro aposento, y nuestros indios [...] dixeron que aquel que estava muerto e yo avía curado, en presencia dellos se avía levantado bueno y se avía passeado y comido e hablado con ellos, e que todos cuantos avía curado quedavan sanos y muy alegres. Esto causó muy gran admiración y espanto y en toda la tierra no se hablava en otra cosa. Todos aquellos a quien esta fama llegava nos venían a buscar para que los curássemos y santiguássemos sus hijos. Y cuando los indios que estavan en compañía de los nuestros, que eran los Cutalchiches, se ovieron de ir a su tierra, [...] Rogáronnos que nos acordássemos dellos y rogássemos a Dios que siempre estuviessen buenos, y nosotros se lo prometimos, y con esto partieron los más contentos hombres del mundo, aviéndonos dado todo lo mejor que tenían. [...] En todo este tiempo nos venían de muchas partes a buscar y dezían que verdaderamente nosotros eramos hijos del Sol [...] y tanta confiança tenían que avían de sanar si nosotros los curássemos, que creían que en tanto que nosotros allí estuviéssemos ninguno dellos avía de morir.»[3]Cuando Jesús sanaba, era la fe del enfermo lo que permitía (como un consentimiento) que se produjese la sanación. ¿Sería esta confianza de los indios en los "hijos del Sol" lo que permitió que se produjeran las curaciones?
Trinidad Barrera toca el tema de las curaciones milagrosas en la introducción a su edición de Naufragios:
«Para sobrevivir, nuestro protagonista y sus compañeros, se ven obligados a actuar como chamanes, con sorprendente éxito. Para escapar del hambre y las penalidades intentan actuar haciendo acopio de su imaginación, religiosidad y capacidad de observación. Ya fuese succión, soplos, imposiciones de manos o delicada operación quirúrgica, sus movimientos iban acompañados de alguna plegaria cristiana, que en ningún caso debe atribuirse, como dice Lafaye, a "prácticas dignas de gitanos andaluces", sino más sencillamente a un hondo sentimiento religioso del que Alvar Núñez hace gala a lo largo de todo el relato. El devolver la vida a un indio, dado por muerto, llevó posteriormente a Gómara a hablar de "milagros" y de "resucitar a los muertos". Hecho que no nos debe extrañar ya que la peregrinación de estos hombres, curando enfermos, de pueblo en pueblo, es relatada con ciertas connotaciones cristianas, cual si se trataran de Jesucristo y sus apóstoles. Resulta curiosa la trascendencia posterior de este hecho, ya que la fama de milagrero y la protección del cielo lo acompañaron de modo tal que, en los Comentarios, se nos dice, impasiblemente, cómo en el regreso a España, una tormenta fue calmada cuando le quitaron las cadenas a nuestro héroe (cap. LXXXIV). Los milagros de Alvar Núñez se hicieron tan famosos que aún en el siglo XVIII eran aceptados por la Compañía de Jesús.»[4]Estos pretendidos milagros, no obstante, fueron declarados "nulos e inválidos" por los decretos papales de 1625 y 1634, aunque su popularidad siguió intacta por mucho tiempo.
Es un fenómeno desconcertante. Aceptando, en principio, que Alvar Núñez es sincero en su exposición, se me ocurren algunas preguntas y posibilidades de explicación o acercamiento al problema. En primer lugar, parece indudable que los conocimientos cosmogónicos, las profecías y la visión del mundo de los indios de América les había de predisponer a creer que los españoles, viniendo de oriente, de donde sale el sol, eran "hijos del Sol", seres extraordinarios llegados para restaurar un estado anterior de armonía; esto, quizá, podría dar lugar a algún tipo de predisposición que facilitaría las curaciones. Pero, a mi ver, eso no basta para explicarlas. ¿Se podría pensar que esa predisposición, unida a las rudimentarias prácticas curativas que pudieran aprender Alvar Núñez y sus compañeros, fue suficiente para producir tantas sanaciones? No lo parece. ¿Y si, antes de ello o en su lugar, hubiera que tener en cuenta la fe? La fe mueve montañas. La fe de los indios, pero también la de unos cristianos (los héroes de nuestro relato) que, habiendo pasado por mil penalidades, habían dejado atrás buena parte de su actitud de conquistadores y habían entrado en comunicación íntima y a veces amorosa con los indios. Todos aquellos factores podrían, quizá, haber posibilitado la manifestación de ciertas fuerzas sanadoras.
Por otro lado, me acuerdo de lo que René Guénon pensaba del estado de algunas tribus "primitivas", a las cuales él consideraba "degeneradas" en el sentido de que habrían perdido el conocimiento profundo de antiguas tradiciones integrales, que sobrevivirían entre ellos como superstición (entendida como "una cosa que se sobrevive a sí misma cuando ya ha perdido su verdadera razón de ser"[5]). Partiendo de esto, se me ocurre que quizá, en contacto con esos indios (cuya tradición habría perdido la comunicación efectiva con los principios), los cristianos, personas bautizadas que vivían en el seno de una tradición viva, podrían resultar un instrumento favorable a la manifestación de esos hechos extraordinarios y esas fuerzas sanadoras a las que aludía más arriba. Por otra parte, hay otro factor o posibilidad que se me ocurre: se trataría de considerar que los indios vivían con una mayor armonía con el medio, con una conciencia menos situada en lo racional y abstracto que la de los europeos; en definitiva, que tendrían un alma más proclive a recibir la acción de esas fuerzas sanadoras. Pero, en fin, todo esto no es más que especulación.
Para entender el fenómeno, probablemente habría que tener en cuenta diversos factores (quizá entre ellos algunos de los aquí señalados), y tener presente, además, que había seguramente diferencias más o menos importantes de mentalidad entre los propios pueblos indígenas, pues el mismo texto de Cabeza de Vaca muestra que no se trataba en modo alguno de un conjunto homogéneo.
Todo lo anterior parte del supuesto de que lo que cuenta el autor, o la mayor parte, no es ficción sino una relación en su mayor parte fiel de los hechos. Ciñéndonos al texto, me parece claro que una aceptación y extensión tan espectacular entre los indios de nociones de la fe cristiana (ese pedir que rogasen a Dios por ellos) y la fama de sanadores de los protagonistas del relato, antes de haberse producido evangelización alguna, llama enormemente la atención y no parece poder explicarse fácilmente como hechos casuales o malinterpretados. Es posible que hubiera una gran sed y carencia de algo propiamente espiritual, y el éxito de las sencillas plegarias de Alvar Núñez y compañía quizá podría ser explicado en función de esa necesidad. En cuanto a las curaciones, si se trata, en alguna medida, de verdaderos milagros, o de cosas de otro orden, probablemente es algo muy difícil de esclarecer.
[1]: Alvar Núñez Cabeza de Vaca, Naufragios, Alianza, Madrid, 2005, pp. 107-108.
[2]: Op. cit., p. 124.
[3]: Op. cit., pp. 126-129.
[4]: Op. cit., pp. 39-40.
[5]: René Guénon, Oriente y Occidente, Olañeta, Palma de Mallorca, 2003, p. 72.
Muy interesante; no sabía nada de esto. Me pregunto si pasó algo similar con otros conquistadores o fue algo peculiar de Álvar Núñez.
ResponderEliminarEs el único caso que conozco. Por lo poco que he leído, me da la impresión de que debió de ser una excepción, y bastante polémica, ya que hay diversos pronunciamientos a favor (como el de Antonio Ordoino en 1736) y en contra (Gaspar Plauto, 1621) de que un lego pudiera hacer milagros.
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