«este poder político tiene su origen exclusivo en un pacto o acuerdo establecido por mutuo consentimiento entre aquellos que componen la comunidad, [...] el poder despótico es un poder absoluto y arbitrario que un hombre ejerce sobre otro, hasta el punto de quitarle la vida si así le place. Es este un poder que la naturaleza jamás concede [...] y que tampoco puede derivarse de contrato alguno».(1)Según la primera frase, para que el poder político sea legítimo, ha de tener su origen en "un pacto o acuerdo establecido por mutuo consentimiento" entre los miembros de la comunidad. Cabría preguntarse en qué medida es admisible cualquier pacto en sí mismo por el hecho de ser la decisión de la mayoría. Me parece que, en principio, todo acuerdo comunitario merece respeto y es preferible a la imposición desde la fuerza. Pero surgen dudas. Si una comunidad decidiera de mutuo acuerdo, por ejemplo, agredir a otra o establecer una ley injusta que atentara contra la vida o la dignidad del ser humano, ¿sería igualmente una decisión adecuada? Parece que no. Quizá sea necesario, para que el acuerdo sea verdadera o más profundamente legítimo (y produzca así buenos frutos), restituir a la palabra acuerdo el significado que sugiere su etimología (de cor cordis: "corazón", pero también "inteligencia" y "espíritu"); así, el acuerdo tendría más que ver con una apertura al otro desde el corazón (no en un sentido sentimental sino más bien espiritual) que con una mera coincidencia de opiniones o juicios. Las opiniones individuales no tienen garantía de ser verdaderas, sino sólo de ser legítimas y respetables en tanto que expresión libre y veraz de una persona; verdades relativas, si acaso. En cambio, este acuerdo de corazón o concordia surgiría de un nivel más profundo y universal y necesariamente habría de estar en concordancia con nuestra verdadera naturaleza, una realidad realmente libre, de la que surge sabiduría y amor; también acuerdo, por tanto, y esto se podría poner en relación con la "unanimidad" a la que invitaba San Pablo y de la que hablábamos hace unos días.
Pero, volviendo a Locke, él habla del poder político, y ahí hay que andar con cautela, puesto que no es precisamente a organizar el poder a lo que invitaban las palabras del de Tarso, sino a colaborar y a acogerse como hermanos en Cristo. Y, por otro lado, cabría también preguntarse si algún poder puede ser legítimo o surgir de un acuerdo en el sentido que decimos, si consideramos que el poder siempre es contra el otro. En todo caso, una comunidad constituida sobre el respeto elegiría de mutuo acuerdo unas reglas de convivencia adecuadas.
Pero lo que más me interesaba de este texto tiene que ver con las palabras resaltadas en negrita: el poder despótico, absoluto y arbitrario es "un poder que la naturaleza jamás concede" y que "tampoco puede derivarse de contrato alguno". Efectivamente, no se encuentra en la naturaleza un poder así, pero tampoco ninguna relación de poder, sino sólo en las sociedades humanas históricas y actuales. Si la naturaleza jamás lo "concede" –sobre todo entendida como nuestra verdadera naturaleza esencial– es porque no coincide con la única y verdadera ley, que es el amor, contra el que se sitúa el deseo de poder, si se puede decir así. El ser humano, sin embargo, es libre de elegir, y de su inadecuada elección en pos del poder surge la tiranía del ego y la tiranía política. Asimismo, ese poder "tampoco puede derivarse de contrato alguno" y, a pesar de las connotaciones comerciales de la palabra contrato, esto se puede relacionar con lo que decíamos antes, si entendemos que ese contrato surge de un acuerdo profundo, desde el "común trato" en una convivencia basada en el respeto, en contacto con la Realidad.
(1): John Locke, Segundo tratado sobre el gobierno civil, Madrid, Alianza, 1990, pp. 174-175.
Comparto tu reflexión Candelero. Raramente las decisiones en la sociedad se hacen basándose en un acuerdo de la naturaleza que tú propones. Y es más, generalmente cuando parece que una decisión es posible para la comunidad, en realidad se está proponiendo una elección reducida a dos posibilidades rigurosamente controladas por el poder, trampa esquizofrénica que en muchos casos ni siquiera se detecta. Pero todo es más fácilmente manejable si existe una sensación de libertad para el individuo y cierto sentido de control sobre su vida.
ResponderEliminarUna vez leí que en la Alemania de entre guerras, el partido nazi elaboró unos carteles de propaganda que decían: "nacionalsocialismo o caos bolchevique" y que alguien con un agudo sentido hizo una pintada bajo uno de ellos que decía: "papas o patatas".
Eso es lo que se nos suele proponer: papas o patatas.
En cuanto a que se considere adecuada una decisión por ser tomada o acatada por la mayoría me parece un tremendo error. No comparto la frase que suele decirse como un alarde de apertura mental, esa de "toda opinión es respetable". Eso no es cierto. Para mí toda persona es respetable, pero nunca me parecerá digna de respeto una opinión que defienda algo terriblemente injusto.
Un saludo.
Yo diría que "un pacto o acuerdo establecido por mutuo consentimiento entre los miembros de la comunidad" jamás se ha producido nunca. "El contrato social" de Rousseau es una entelequia. No son hijas nuestras "civilizadas" sociedades actuales de ese CONTRATO, y si en algún modo lo son, lo son como lo son también hijas de toda la historia de los absolutismos.
ResponderEliminar"El hombre ni es bueno por naturaleza, ni es un lobo para el hombre". El hombre es el hombre. y en todo caso, antes de buscar ese supuesto "gran-acuerdo-social-"primigenio" debería aceptarse y asumir, desde el mejor talento de lo espiritual y vitalista, que no se trata de apostar (esa esquizofrenia)por una de esas dos máximas del principio de este párrafo (hombre-bueno-naturaleza / homobre-lobo-hombre), que están en el mismísimo fondo en el que subyacerá siempre (para tarde o temprano salir a la superficie) los monstruos del ejemplo que ha expuesto "pola" en su intervención: que si nazis y bolcheviques, por ejemplo.
Saludos*
Creo, Pola, que para poder establecer un diálogo (y creo que sin diálogo no puede haber solución real a los grandes conflictos), hace falta partir del respeto al otro con sus opiniones, por muy diferentes e inadmisibles que resulten bajo el punto de vista propio. Ahora bien, respetar la opinión del otro, cuando es manifiestamente injusta, no significa que haya de ser llevada a la práctica, sino sólo que se ha de conceder al otro legitimidad por el hecho de ser una de las dos partes en el diálogo. A partir de ahí, a hablar y a negociar. Seguramente, un diálogo así ha de ser harto difícil y sus resultados no han de ser inmediatos, pero lo que me parece bastante claro es que negar toda voz al otro por el hecho de considerarlo contrario a los propios valores (de la propia cultura o de la cultura estándar) sólo lleva a menos entendimiento y a que se agrave el conflicto, porque parte de una posición de fuerza y poder, en la que el otro se ve anulado, generándose así una respuesta violenta que nunca parece agotarse. Quizá el diálogo, para que sea efectivo, haya de ir a lo esencial y producirse en un nivel más profundo que el político, allí donde todas las oposiciones se revelan como verdades relativas.
ResponderEliminarCarlos, el hombre no es ni bueno ni un lobo, pero creo que también es cierto que resulta un lobo para el hombre, y que es, por naturaleza, no bueno, sino infinitamente más que bueno. El hombre, en todo caso, es el hombre. Habría que ver desde qué nivel el hombre es bueno para el hombre y desde qué otro nivel es un lobo para el hombre.
En contra de lo que pueda parecer por mi anterior comentario no soy de las personas que piensan que no es posible o deseable el diálogo, sobre todo si como comentas está dirigido a las cuestiones fundamentales, que son las que generalmente se esconden tras cada discusión aunque pueda esta parecer de poca importancia. Por ejemplo la idea que tenga uno acerca de la "bondad" o "maldad" de la naturaleza humana se deja transparentar en las conversaciones más banales, sobre todo si hacen referencia a la convivencia o a la sociedad.
ResponderEliminarEn el respeto a la persona es donde incluyo yo el escuchar y dialogar, el hecho de que posee libertad para creer lo que quiera creer y que la verdad pocas veces está en boca de nadie (si es que alguna vez lo está). Sin embargo algunas opiniones nunca me parecerán dignas de respeto, como las que atentan contra la dignidad humana o suponen que unos somos mejores que otros por nacimiento, etc., etc. Por supuesto hablaba de mi opinión, de lo que sé que siento cuando oigo defender ciertas cosas, no de que no deba establecerse un diálogo siempre que sea posible. Comparto lo de que sin diálogo no puede haber resolución de los grandes conflictos y añadiría que tampoco de los pequeños.
Negar toda voz al otro no entra para nada en lo que yo quería expresar. ¡Qué mal debo haberlo hecho! Y es que, como bien dices, las palabras son los dedos que señalan a la luna, y mi dedo en este caso además la ha tapado por completo.
Un saludo.
Siguiendo una costumbre que al parecer compartimos (buscar las definiciones de las palabras según el DRAE), entiendo por respeto:
ResponderEliminar-veneración, acatamiento que se hace a alguien.
-miramiento, consideración, deferencia.
A las opiniones no creo que se les deba aplicar el mismo criterio de respeto que a las personas; ¿es digno de veneración, acatamiento, miramiento o consideración el racismo o el machismo?
Precisamente porque no los compartimos, pero sí nos importan las personas que lo hacen (y por respeto hacia ellas), dialogaremos con quien los defienden con la intención de demostrarles con nuestro argumentos que no son ideas adecuadas. Y sólo partiendo de que para nosotros no todas las ideas son de igual consideración tendremos la base necesaria para mantener un diálogo. Esto es lo que quería expresar con mi primer comentario.
Saludos.
Pola, de ningún modo entendí por tu comentario que no consideraras deseable el diálogo o que hubieras expresado que había que negar la voz al otro. Creo que, en el fondo, estamos de acuerdo en lo que decimos; la diferencia reside, me parece, sólo en las palabras (lo que, por otra parte, constituye seguramente el origen de muchos malentendidos y de muchos de los conflictos de los que hablábamos). Yo también me refiero, al hablar de respetar la opinión del otro, fundamentalmente a respetar la libertad de la otra persona, y a la otra persona en tanto que ser legítimo, y su derecho a tener una u otra opinión, aunque no la compartamos.
ResponderEliminarRespecto a la palabra respeto, cuando la empleo entiendo más bien la segunda acepción que la primera. El acatamiento se relaciona con una posición de poder y sumisión, mientras que el respeto, tal como lo entiendo, se relaciona con el amor y es su base. Por otra parte, la primera acepción creo que se puede aplicar también como veneración al Misterio o acatamiento (o, mejor, aceptación) de la voluntad del cielo, lo cual no es, me parece, algo distinto del amor. El problema es cuando ese "respeto-acatamiento" se aplica a la voluntad de otros hombres; ahí no hay ya amor sino dominio y sumisión.
Creo que el problema que plantea la consideración de otras opiniones como respetables o no respetables es que por lo general se trata de oposiciones de términos o verdades relativas que podrían ser resueltas en un nivel más profundo. No obstante, entiendo lo que dices: es cierto que se pueden considerar algunas ideas más adecuadas que otras. Pero, en algunas situaciones graves (pienso, por ejemplo, en dos pueblos enzarzados en una cadena interminable de odio y violencia) no sé hasta qué punto se puede mantener un diálogo sin poner a un lado las propias ideas de lo que es y lo que no es respetable. Me parece que ciertas ideas irrenunciables suelen obstaculizar la resolución del conflicto a largo plazo. Es complicado. Y vuelvo a apuntar, como posibilidad de resolución real de las oposiciones, a un diálogo no tanto político sino en un nivel profundo (o a un acuerdo sobre los principios, como diría Guénon).
Un saludo.
La clave, desde luego, está en la palabra RESPETO. Palabra, que por cierto, está a años luz de lo que se pueda desprender de la palabra TOLERANCIA, tan en boga y candidita hoy en día. Esta palabra "tolerancia" será siempre más hija de la "puta" INDIFERENCIA que, por supuesto, del RESPETO. La tolerancia, de entrada, no compromete a nada, y sólo actúa ("anti-actúa") en función de lo uniformadamente superficial y plano: da por hecho que no existe la más mínima jerarquía conseguida por la propia singularidad, de un caráter o una personalidad que pudiera provenir de la edad misma (mayores y demás ancianos), u otros méritos, por supuesto, en espíritu, voluntad y sabiduría; así como de un rango de autoridad aceptada por la historia de la tradición y la costumbre, incluso por la LEY misma (LEY referida, claro está, a la de nuestras sociedades de "civilización" actual). Dicho de otro modo: una de las claves a tener en cuenta para hacer más necesaria la altitud vital en la que habrá de regir todo RESPETO, es precisamente la de colocarse ante un PODER, ya sea ese "poder" que le otorga la edad a un anciano, como la de cualquier otro, incluido la del "PODER" mismo político y del Estado. Otra cosa será lo que haya que observarle y analizarle (VIGILAR) -desde la reflexión y la fuerza en bondad del corazón- a todo PODER. Pero lo que está claro es que el principal reto del RESPETO no es otro que el de vérselas con uno u otro tipo de poder, siendo "el-un" PODER, siempre (y, ¡que así sea!) una necesidad "poderosa" para toda dinámica de vitalidad y expectativa desde la que superarse hacia adelante y hacia lo mejor. El PODER, en principio no es ni malo ni bueno, es sólo: PODER. Despúes, este PODER, será en fortuna lo que tenga que ser o en desgracia lo que no debería ser. Pero lo que de ningún modo tiene gracia, ni aliciente, ni reto alguno es la mera "tolerancia" (que por cierto siempre es MERA), que lo que sí estará ahí siempre para "esMERArse" será el RESPETO, y que es esencia de espíritu y fuerza en sí mismo en la medida en que tiene frente a sí, siempre, a un PODER, por pequeño y humilde que sea. El AMOR es un poder también (celeste ideal en positivo), como la maldad y la tiranía más manifiestas y patéticas son también PODER, MALDITO poder. / Entre una persona y otra persona siempre habrá una relación de poder por muy ínfima que esta sea (si así no fuera no habría ni aliciente ni nada que aprender ni en lo que superarse); entre grupos de personas y grupo de personas más relación de poder; entre una comunidad y otra todavía más relación de poder. Y mientras no se demuestre lo contrario algo tan "leviatánico" como el ESTADO, estará sujeto, por arriba, por los lados y por abajo a toda inercia de poderes interactuando, al mismo tiempo que se nos revelará como algo -ya digo- necesario, fatalmente necesario. En todo caso, en la medida, en que desde nuestras prácticas personales de vida sepamos aportar nuestro grano de arena al hecho de demostrar que sabemos ir prescindiendo del ESTADO, otro gallo entonces empezará a cantar, a saber si el gallo del PODER del amOr. // Más el RESPETO deberá ser nuestro mejor maestro en todo momento. Sócrates supo rebelarse contra el poder religioso y político establecido, pero sin faltar al RESPETO, y en aquel caso concreto, en aquellos tiempos: ACATANDO la propia LEY que le condenó. Hoy Sócrates es puro PODER, gracias al RESPETO que nos enseñó, así como -redundancia- al respeto que LE DEBEMOS. / "El RESPETO, pues, sólo actúa (existe) ahí donde hay relaciones de poder, si lo único que hay es un rebaño de ovejitas, entonces con sólo ser indiferentes, es decir "tolerantes", ya es suficiente". Incluso cuando nos creemos que estamos ante UN IGUAL en todos los aspectos, y sentimos verdaderamente que lo nuestro hacia él es RESPETO, eso quiere decir que alguna mínima chispa de poder, al menos, hemos descubierto en él: la que sea (una mirada, un tono de voz, un gesto, la pura presencia corpórea, ...): LO QUE SEA* // Sí, RESPETO es la palabra, y con ella a toda partes, una veces dialogando, y otras no; porque no es obligatorio que unos y otros nos debamos entender, y mucho menos sentirnos. Ahora, si es que "nuestro reino no es de este mundo", podemos soñar entonces ese reino en donde todos paZemos tan celestes como felices.
ResponderEliminarCarlos, creo que el respeto -al menos el respeto del que yo hablo- no surge del reconocimiento de un poder cualquiera en el otro, ya sea por méritos, edad, o cualquier otra circunstancia contingente, sino del reconocimiento de lo que siempre está en el otro y en mí: la pura presencia, el Misterio del que todo y todos somos manifestación. Colocarse ante un poder es entrar en una dinámica de dominio-sumisión, autoridad-obediencia, que, creo, sólo es adecuada como imagen de la aceptación de la voluntad de Aquél a quien se dice, en lenguaje religioso: "tuyo es el reino, el poder y la gloria". Pero la relación interpersonal que realmente enriquece es el diálogo desde un respeto basado en el reconocimiento del Misterio. Sólo así se "ve" al otro en su legitimidad (en su calidad intrínseca de hijo de Dios o manifestación del Misterio), y no "en función de" esto o lo otro. Me parece que al plantear las relaciones en términos de poder se corre el riesgo de perder de vista que la relación es, fundamentalmente, un impulso amoroso hacia el otro en vistas a la comunicación, la colaboración y la convivencia; ahí yo veo amor.
ResponderEliminarPor otra parte, estoy de acuerdo con lo que comentas sobre la necesidad del poder en las relaciones sociales y la necesidad de observarlo y vigilarlo, mientras ese poder exista con carácter provisional y sin olvidar que la única obediencia se debe a la voluntad del cielo. En una comunidad basada en el respeto, ha de haber distintas funciones, lo que conlleva conceder poder y aceptar unas normas, pero sólo y mientras ese poder sea necesario para desempeñar determinada función. El poder es funcional; el problema viene cuando se absolutiza y se pierde de vista su cometido original, administrativo, convirtiéndose en un privilegio egoísta contra los otros.
Dices que "entre una persona y otra persona siempre habrá una relación de poder por muy ínfima que esta sea (si así no fuera no habría ni aliciente ni nada que aprender ni en lo que superarse)". No creo que esto sea siempre así. Me parece que cuando las cosas suceden de esa manera es porque no se ve realmente al otro. Siempre existe la posibilidad de "salir de este mundo" y, libre de todo condicionamiento, relacionarse desde el amor; ahí, que es adonde apuntan las tradiciones espirituales desde siempre, toda dinámica de poder se desvanece como mera ilusión.