«Ninguna tentativa de restauración ecológica del mundo tendrá éxito mientras no lleguemos a considerar la Tierra como nuestro cuerpo y el cuerpo como nuestro Sí. Pero si «nuestro» se entendiera en el sentido de propiedad privada e individual, incurriríamos en una deformación del concepto. Ni la tierra ni el cuerpo, ni el Sí se identifican con mi (psicológico) ego. Nosotros somos copartícipes de la Palabra, como dicen los Vedas y repite el Evangelio, identificando la Palabra con la Vida divina, la Vida con la Luz y la Luz con Dios. El problema ecológico es estrictamente teológico y viceversa. La tradición judaica nos habla del pacto de alianza con Noé. Una de nuestras tareas más urgentes e importantes es justamente un pacto de alianza con la tierra. El movimiento ecológico no es otro modo tecnológico de explotación más racional y duradero de la tierra. Si pretende ser una eco-filosofía digna de tal nombre, esto requiere una relación completamente distinta con la tierra. La tierra no es un objeto ni de conocimiento ni de codicia. La tierra es parte de nosotros mismos; de nuestro Sí.
Hay movimientos que promueven la ratificación de un pacto de alianza con la tierra. Se trata de un pacto de fidelidad con nosotros mismos. Es una cuestión de sensibilidad, y es precisamente esto lo que me ha inducido a calificar la escisión del átomo –salvando todas las buenas intenciones– como aborto cósmico. Nosotros matamos y sacamos del vientre mismo de la materia esas partículas de energía suplementaria que necesita nuestra avidez porque hemos quebrantado el ritmo de la naturaleza. Cuando se mezcla la política, ya no se tortura simplemente a este o aquel animal: se tortura a la naturaleza. Paz no significa mirada idílica o idealista de total pasividad y tampoco una idea estática de la vida, como si no fueran necesarios los metabolismos positivos y negativos. El animal no «mata», come. Cuando el hombre sigue a la naturaleza, no explota, sino crece y evoluciona. La cadena del ser, o la rueda de la existencia, es algo vivo. Hay intercambio y muerte. Pero hay también resurrección. La paz con la tierra excluye la victoria sobre la tierra, su sumisión y su explotación para nuestro uso y consumo. Requiere colaboración, sinergia y nueva consciencia.»
Hace falta establecer una relación completamente distinta con la Tierra. ¿Qué tipo de relación? Creo que una relación de respeto, en la que la Tierra sea vista no como un objeto de explotación para nuestro uso y consumo, no como un medio para lograr un fin o como un obstáculo para nuestros fines de acuerdo a los deseos de egos individuales o colectivos, sino como ese hogar que debemos cuidar y ese cuerpo vivo que sustenta y acoge al hombre y a otras especies, del que formamos parte. Si queremos sobrevivir, tenemos que vivir en el amor, tal como todas las demás formas de vida hacen, cada una a su nivel. Para eso habremos de renunciar al crecimiento desmesurado y a muchas de nuestras comodidades materiales, conseguidas a costa de los demás y de la naturaleza. Hace falta un cambio de mentalidad, un cambio de conciencia. Porque vivir en este planeta requiere fluir en armonía con los procesos naturales, con los demás seres vivos, con humildad y respeto, algo que nuestros antepasados conocían y que hemos descuidado en nombre de la razón y el progreso, ofuscados por el deseo de poder. No explotar sino explorar, cuidar la vida, porque todos los seres estamos profundamente interconectados, porque todos somos esa Vida, esa misma vida que es el animal, la planta, la Tierra.
Aun visto el asunto desde una perspectiva de lenguaje un poco diferente, la del hombre como centro de la Creación (en tanto que vida autoconsciente), se trata de lo mismo. En este sentido, no se nos confió el jardín para explotarlo, sino para cuidarlo. Tomar conciencia real de haber descuidado las cosas sería cobrar conciencia de la responsabilidad cósmica del ser humano, inseparable de su libertad. La auténtica libertad del ser humano –libertad interior, libertad para amar– conlleva cuidar de las cosas que se nos han confiado. Sólo desde ahí es posible entender justamente, creo, las palabras del Génesis: «Dijo Dios: "Ved que os he dado toda hierba de semilla que existe sobre la faz de toda la tierra, así como todo árbol que lleva fruto de semilla; os servirá de alimento.» (Gn 1, 29). Cuando al ser verdaderamente libre se le da, su reacción no pasa por poseer, dominar, agotar. No desde la libertad consciente que está emergiendo, no desde la conciencia de ser lo que se es, creo yo.
Un ejemplo de ese pacto con la tierra que R. Pannikar sugiere: la Carta de la Tierra.
Un artículo recomendado: "Tierra y Humanidad: una comunidad de destino", de Leonardo Boff.
Otro post de este blog: "Árboles trasnochadores".
Creo que deberíamos pensar en nuestra actual relación con la tierra, que es… ninguna. Para los urbanitas como yo la naturaleza es algo teórico que sólo conoce a través de los documentales de la 2. Vivimos en una realidad artificial y todo nos llega de manera indirecta. A mí al menos me duele esa separación, pero la mayoría de la gente sigue llenando su casa de aparatos eléctricos sin preguntarse de dónde sale la energía que encuentran a su disposición en los enchufes. Y a esa pregunta deberían seguirle muchas. Tu texto y las palabras de Pannikar (“…mientras no lleguemos a considerar la Tierra como nuestro cuerpo y el cuerpo como nuestro Sí…”) me han recordado a otro filósofo, Alan Watts, pero tendría mucho que decir de él así que lo digo en “otra parte”.
ResponderEliminarHiniare, creo que es verdad que de algún modo vivimos separados de la naturaleza y sus ritmos en el espacio artificial de la ciudad, y seguramente retomar el contacto con ella hace mucho bien.
ResponderEliminarLamentablemente, creo que no hay nada que podamos hacer. Como especie actuamos a voluntad de nuestros "machos-alfa", y éstos no difieren mucho de los de antaño: siguen siendo los más fuertes y menos escrupulosos, y siguen demasiado entretenidos en sus pulsos de poder.
ResponderEliminarEl cambio de conciencia al que aludes como necesario está teniendo lugar, según mi opinión, pero a un ritmo demasiado lento para la urgencia con que se precisa. El gobierno de los guerreros dio paso al de los mercaderes, pero... ¿llegará a tiempo el gobierno de los sabios? Creo que hemos fallado, que nos hemos quedado en un bello ensayo, que otra especie tendrá que venir a proseguir nuestro camino: a nosotros se nos acaba el tiempo. Nos han traicionado los mismos instintos que un día nos permitieron evolucionar, y que ahora son el palo en la rueda que nos impide el paso adelante.
Muy interesante tu reflexión desde la perspectiva antropocéntrica. Saludos, amigo.
Gracias Toni. No sé, es posible que tengas razón, pero yo creo que aún estamos a tiempo de rectificar el rumbo. (Este mi creer tiene probablemente más que ver con la fe y con la esperanza que con cualquier cálculo racional.) En todo caso, creo que merece la pena hacer lo que se pueda. Nunca se sabe de lo que es capaz el ser humano cuando se le acaba el tiempo, por otro lado. De cualquier forma, lo cierto es que estamos en un momento crucial en que al hombre le toca dar un paso trascendental. Esperemos que haya la luz necesaria.
ResponderEliminarUn abrazo.
Caramba Antonio, yo nunca me he considerado optimista, pero tu visión es un poco demasiado negra… Leyendo sobre historia he comprendido que cada época ve el pasado y el futuro a su manera. Esa sensación de fracasar como especie es muy propio de nuestra época. También he aprendido que la historia da sorpresas y lo que parecía eterno y absoluto acaba desapareciendo sin dejar rastro.
ResponderEliminarNo podemos ni imaginar el futuro. Y recuerda que la evolución no depende de la especie, sino de los individuos, o sea nosotros.
Saludos, Hiniare. Un placer. Cuánta razón tienes: en mi comentario se adivina una influencia "darwinista" muy propia de nuestro tiempo. En cuanto a lo que dices de los individuos... Marx ya lo advirtió: es el individuo el ser social. Pero yo tengo mis dudas al respecto, o mejor dicho, lo que veo día a día me hace temer que el "complejo R" tenga demasiada influencia en las actitudes del individuo humano. Supongo que tenéis razón, y soy demasiado pesimista. Ojalá estéis en lo cierto. Un saludo.
ResponderEliminar