jueves, 28 de febrero de 2013

Liberarse de las palabras

«Dado que disponemos del poder de la palabra y de la capacidad de entendernos con los demás por ese medio, deberemos recurrir a las palabras. Pero la palabra es un material rebelde. Mientras las palabras se mantienen bajo nuestro control, todo va bien, pero en ocasiones somos demasiado propensos a dejarnos dominar por ellas, y cuando las palabras nos esclavizan nos convertimos en unos perfectos estúpidos.»

D. T. Suzuki, "El espíritu del Zen" (1936).

Las palabras son dedos que señalan la luna. El dedo que señala la luna no es la luna. Las palabras pueden apuntar hacia la realidad, pero no son la realidad. Los seres humanos, sin embargo, estamos enganchados a las palabras, y nos perdemos la luna. Es comprensible, puesto que vivimos en la cultura, y la cultura es lenguaje. Vivimos en un mundo construido con palabras. En ese nivel mental nos movemos, y no habría ningún problema en ello, si no perdiéramos el contacto con nuestro cuerpo y con ese mundo real de cuerpos y energías, y unidad e interconexión en el que de verdad vivimos. Por eso hace falta todo un aprendizaje (o un desaprendizaje) para volver a colocar a las palabras en su lugar y poder vivir en armonía sin desecharlas, pues facilitan mucho la relación.

Los filólogos son, por definición, amantes de las palabras. Las palabras pueden ser muy bonitas, fascinantes, cautivadoras y sugerentes, no sólo en sus significados, sino también en su simple sonoridad. Tal vez el verdadero amor a las palabras debería pasar, no por estudiarlas, analizarlas, diseccionarlas, categorizarlas a la manera de la ciencia moderna, sino por respetarlas, darles su espacio, dejar que sean lo que son, sin añadiduras nuestras, y por otro lado, ayudar a los seres humanos a liberarse de ellas, de su influencia perniciosa cuando nos esclavizan, y restituirlas a su verdadero lugar para que cumplan con su función, esa que Suzuki apuntaba al principio de su conferencia: "la capacidad de entendernos con los demás por ese medio". Si la función de las palabras es ayudarnos a entendernos, seguramente deberíamos honrar esa función (y acaso ese deba ser el "propósito noble" de la Filología), cuidando de no esclavizarnos a su poder. Que usemos esa maravillosa herramienta para entendernos, unirnos, cooperar, y no para separar y hacer daño. Es una lección que aún estamos en vías de aprender.

Pero como todo lo que se puede expresar con palabras, todo esto que digo no es más que otra tontería. Una tontería, sin embargo, que creo que es necesario decir, para darse cuenta de que esa esclavitud, de hecho opera y es causa de mucho sufrimiento.

¿Y cómo liberarse de las palabras? Bueno, a ese gran asunto apuntan las palabras del ilustre doctor Suzuki en su conferencia, y en los otros artículos que la acompañan en el libro Budismo Zen (Kairós, 1985), del que he extraído la cita. Un libro a la vez ameno y erudito, profundo y esforzado en su intento por acercar a la curiosa mente occidental del siglo XX, tan enganchada a las palabras y ya despertando a la necesidad de liberarse de ellas, el camino del Zen.

2 comentarios:

  1. Yo también soy amante de las palabras, pero reconozco que, aunque son capaces de crear su propio mundo, las palabras no deben confundirse con la realidad a la que se refieren (antiguo debate de la historia de la filosofía). Porque cualquiera que escriba sabe que la realidad apenas se deja someter y moldear para acomodarse a la estrecha camisa de las palabras; la realidad siempre es más compleja, tiene más matices, más significados de lo que se puede expresar con palabras. Por eso necesitamos otras herramientas, como los símbolos, que pueden contener paradojas y seguir siendo coherentes, que pueden acumular significados diferentes; por eso también son más difusos.
    Pero los maestros zen ya saben todo esto, lo tienen muy claro, es una suerte que podamos recibir sus lecciones. He leído a Suzuki, también a Deshimaru, grandes divulgadores. Aprendí mucho con ellos.
    hiniare

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  2. Qué misterioso y bonito todo esto de las palabras y sus limitaciones, los símbolos y sus múltiples lecturas, y la potencialidad infinita del silencio.

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