martes, 5 de enero de 2010

Hacer la paz con la Tierra

Un texto de Raimon Pannikar, que comento más abajo. Desconozco su origen; lo he encontrado en Geosofía:

«Ninguna tentativa de restauración ecológica del mundo tendrá éxito mientras no lleguemos a considerar la Tierra como nuestro cuerpo y el cuerpo como nuestro Sí. Pero si «nuestro» se entendiera en el sentido de propiedad privada e individual, incurriríamos en una deformación del concepto. Ni la tierra ni el cuerpo, ni el Sí se identifican con mi (psicológico) ego. Nosotros somos copartícipes de la Palabra, como dicen los Vedas y repite el Evangelio, identificando la Palabra con la Vida divina, la Vida con la Luz y la Luz con Dios. El problema ecológico es estrictamente teológico y viceversa. La tradición judaica nos habla del pacto de alianza con Noé. Una de nuestras tareas más urgentes e importantes es justamente un pacto de alianza con la tierra. El movimiento ecológico no es otro modo tecnológico de explotación más racional y duradero de la tierra. Si pretende ser una eco-filosofía digna de tal nombre, esto requiere una relación completamente distinta con la tierra. La tierra no es un objeto ni de conocimiento ni de codicia. La tierra es parte de nosotros mismos; de nuestro Sí.

Hay movimientos que promueven la ratificación de un pacto de alianza con la tierra. Se trata de un pacto de fidelidad con nosotros mismos. Es una cuestión de sensibilidad, y es precisamente esto lo que me ha inducido a calificar la escisión del átomo –salvando todas las buenas intenciones– como aborto cósmico. Nosotros matamos y sacamos del vientre mismo de la materia esas partículas de energía suplementaria que necesita nuestra avidez porque hemos quebrantado el ritmo de la naturaleza. Cuando se mezcla la política, ya no se tortura simplemente a este o aquel animal: se tortura a la naturaleza. Paz no significa mirada idílica o idealista de total pasividad y tampoco una idea estática de la vida, como si no fueran necesarios los metabolismos positivos y negativos. El animal no «mata», come. Cuando el hombre sigue a la naturaleza, no explota, sino crece y evoluciona. La cadena del ser, o la rueda de la existencia, es algo vivo. Hay intercambio y muerte. Pero hay también resurrección. La paz con la tierra excluye la victoria sobre la tierra, su sumisión y su explotación para nuestro uso y consumo. Requiere colaboración, sinergia y nueva consciencia.»

Hace falta establecer una relación completamente distinta con la Tierra. ¿Qué tipo de relación? Creo que una relación de respeto, en la que la Tierra sea vista no como un objeto de explotación para nuestro uso y consumo, no como un medio para lograr un fin o como un obstáculo para nuestros fines de acuerdo a los deseos de egos individuales o colectivos, sino como ese hogar que debemos cuidar y ese cuerpo vivo que sustenta y acoge al hombre y a otras especies, del que formamos parte. Si queremos sobrevivir, tenemos que vivir en el amor, tal como todas las demás formas de vida hacen, cada una a su nivel. Para eso habremos de renunciar al crecimiento desmesurado y a muchas de nuestras comodidades materiales, conseguidas a costa de los demás y de la naturaleza. Hace falta un cambio de mentalidad, un cambio de conciencia. Porque vivir en este planeta requiere fluir en armonía con los procesos naturales, con los demás seres vivos, con humildad y respeto, algo que nuestros antepasados conocían y que hemos descuidado en nombre de la razón y el progreso, ofuscados por el deseo de poder. No explotar sino explorar, cuidar la vida, porque todos los seres estamos profundamente interconectados, porque todos somos esa Vida, esa misma vida que es el animal, la planta, la Tierra.

Aun visto el asunto desde una perspectiva de lenguaje un poco diferente, la del hombre como centro de la Creación (en tanto que vida autoconsciente), se trata de lo mismo. En este sentido, no se nos confió el jardín para explotarlo, sino para cuidarlo. Tomar conciencia real de haber descuidado las cosas sería cobrar conciencia de la responsabilidad cósmica del ser humano, inseparable de su libertad. La auténtica libertad del ser humano –libertad interior, libertad para amar– conlleva cuidar de las cosas que se nos han confiado. Sólo desde ahí es posible entender justamente, creo, las palabras del Génesis: «Dijo Dios: "Ved que os he dado toda hierba de semilla que existe sobre la faz de toda la tierra, así como todo árbol que lleva fruto de semilla; os servirá de alimento.» (Gn 1, 29). Cuando al ser verdaderamente libre se le da, su reacción no pasa por poseer, dominar, agotar. No desde la libertad consciente que está emergiendo, no desde la conciencia de ser lo que se es, creo yo.

Un ejemplo de ese pacto con la tierra que R. Pannikar sugiere: la Carta de la Tierra.
Un artículo recomendado: "Tierra y Humanidad: una comunidad de destino", de Leonardo Boff.
Otro post de este blog: "Árboles trasnochadores".