martes, 4 de diciembre de 2012

Pasar por adultos

«Cuando dejamos la infancia y entramos en el mundo de los adultos, se nos exigió que dejáramos de ser auténticos hasta cierto punto. Hablando de forma sencilla, aprendimos a decir "no" cuando queríamos decir "sí" y "sí" cuando queríamos decir "no". Un adulto es, dicho en pocas palabras, un niño en resistencia. Para pasar por adultos, tenemos que estar resistiéndonos constantemente a ser auténticos. Somos por naturaleza seres espontáneos, alegres y creativos, por lo que cualquier otro estado del ser que representemos no será auténtico. Será un drama y, qué duda cabe, resistencia. Para cuando estamos ya bien adentrados en la experiencia de la edad adulta, somos tan competentes en no ser auténticos que identificamos el estado de pretensión y apariencia como de comportamiento normal. Todos hemos escuchado decir a los niños: "Vamos a fingir que somos...", o: "Vamos a simular que somos...". Lo que en realidad están diciendo es: "Vamos a ser como los adultos".»

Del libro El Proceso de la Presencia, de Michael Brown.

martes, 13 de noviembre de 2012

Siete razones para la lucha social

¿Por qué luchar, por qué salir a la calle, por qué manifestarse? Siete posibles razones:
  • Porque yo soy el único responsable de la calidad de mi experiencia vital.
  • Porque la unión hace la fuerza.
  • Porque tu dolor es mi dolor.
  • Por que no se nos olvide que somos comunidad.
  • Porque unos pocos inconscientes quieren imponer la distopía.
  • Por salud: dejar que el corazón hable es bueno y saludable.
  • Por el karma: el mundo de mañana será según los actos del presente.
Si sirve o no sirve, ya lo veremos. Ahora, lo único que importa es este paso que ahora toca libremente dar, según dicte el corazón.

viernes, 2 de noviembre de 2012

Notas sobre Carrie

Cuánto tiempo sin actualizar este blog. Si espero a tener el tiempo necesario para ponerme a escribir una entrada con la calma y dedicación que me gustaría, pueden seguir pasando meses y meses. Tampoco pasaría nada, pero basta de preámbulos y al asunto.

Anoche vi Carrie, película dirigida por William Wyler en 1952, que adapta el clásico de la literatura norteamericana Sister Carrie de Theodore Dreiser. Resumiendo, la novela cuenta la historia de una joven (Carrie) que deja a su familia para ir a ganarse la vida en el Chicago de finales del siglo XIX. Tras pasar dificultades en sus intentos por integrarse en el duro mundo laboral de la época, en un determinado momento acepta el dinero de un hombre a quien conoció en el viaje (Drouet). Abandona a los parientes con quienes vivía y se va a vivir con él. Más adelante, conoce a un hombre casado con quien vive un romance (Hurstwood). Eventualmente, se va con él a Nueva York, donde inician una vida de casados que se va deteriorando a la par que la cartera de Hurstwood quien, arruinado e incapaz de encontrar trabajo, es finalmente abandonado por Carrie, quien encuentra su camino en el mundo del espectáculo, convirtiéndose en una estrella, mientras que su marido desciende a la miseria más absoluta.

Eso, resumiendo mucho. Realmente, con eso uno no se puede hacer una idea de la profundidad de la novela y los personajes, pero bastará para empezar a escribir algunas notas que me vienen a la mente tras haber leído la novela y visto la adaptación cinematográfica.

Voy a decirlo de una vez. ¿Cómo puede una novela tan madura, crítica y profunda como la de Dreiser convertirse en una película tan infantil, ñoña y adulterada? Vamos a ver si puedo explicarme, partiendo de ahí.

La novela explora las oscuridades de la sociedad industrial y capitalista, de una incipiente sociedad consumista donde las personas estaban empezando a perder su dignidad natural en pos de esa lucha vacía por adquirir productos y vivir de las apariencias, cuando no se morían de hambre directamente, por no pertenecer a la clase de los privilegiados. Es un análisis afilado y crudo, que muestra lo que hace esa sociedad con las personas, tanto los de arriba, rodeados de lujos y éxito social, como los de abajo, pisoteados y reducidos a la pobreza, expoliados de toda dignidad humana, y cómo uno puede fácilmente pasar de un lado a otro y ser igual de infeliz tanto si tiene mucho como si no tiene nada. Porque el problema está en los valores de esa sociedad, que podríamos resumir en la sentencia: eres lo que tienes. Cuyas consecuencias estamos viviendo hoy a plena potencia.

Ese mensaje brilla por su ausencia en la película. Lo que tenemos ahí es una historia de amor, pero un amor con el azúcar y la ingenuidad de esas películas de la época, de galán y enamorada. Bueno, no tan ingenua, como veremos luego. Aquí, el foco está en el romance entre Carrie y Hurstwood, un romance privado de la oscuridad moral que se ve en la novela. Los personajes del libro son profundamente egoístas. Nada de amor, o muy poquito, muy tapado por las tendencias egoicas. Por debajo de las apariencias, cada uno mira por su propio interés. Carrie quiere medrar en la vida. Drouet quiere tener a Carrie a su servicio indefinidamente. Hurstwood desea seducir a Carrie y acaba totalmente colgado de ella, cegado por la pasión, de manera que acaba renunciando a su matrimonio y su familia, a su trabajo, a su posición social, a todo. Pero ojo, no por amor. Lo que Hurstwood siente, y está muy claro en la novela, es un deseo creciente que le nubla el juicio hasta el punto de tirarlo todo por la borda y, lo que es más importante, de mentir a Carrie una y otra vez. Hurstwood nos demuestra sobradamente que no tiene escrúpulos a la hora de conseguir lo que quiere. No ve a Carrie, sino un medio para conseguir su objetivo, que es gozar de sus favores, sólo que poco a poco se va enamorando hasta el punto de perder el control y quedar a merced de sus propias pasiones. Le promete que se casará con ella estando ya casado, y la engaña con la mentira de que Drouet ha tenido un accidente, para que se vaya con él a Nueva York. De hecho, es un secuestro en toda regla, lo que comete el bueno de Hurstwood, después de robar una alta suma de dinero en su trabajo (empujado por el destino o la fatalidad, eso sí). Carrie se indigna mucho al principio, cuando se entera la pobre de que no están montados en el tren para ir a ver a su pareja al hospital, pero no le dura mucho la indignación, exactamente hasta que cae en la cuenta de que puede estar bien eso de mudarse a Nueva York, pasar de ser la amante del frívolo Drouet a ser la señora del que ella piensa, engañada, que es aún un caballero rico y pudiente, que le podrá comprar muchas cosas y ayudar a acceder a la alta sociedad. Carrie es una mantenida. Le gusta. En fin, tampoco la vamos a criticar excesivamente por eso, porque supongo que en su época no era tan raro, sobre todo si no se pertenecía a la clase obrera explotada. Además, como Dreiser ve muy bien, Carrie es una joven, en principio bastante inocente, que cae víctima de la sociedad consumista en contacto con los valores viciados del mundo urbano, igual que todos los demás.

¿Qué pasa en la película? Carrie y Hurstwood se enamoran desde el principio y lo hacen todo por amor, por ese "amor" romántico y adolescente, ñoño en definitiva, que al parecer debía de vender muchas entradas. Lo que más me choca es cómo Hurstwood es presentado como un caballero intachable, que se ve obligado a dejarlo todo por su tierno amor por la desamparada e inocente Carrie. De hecho, no tan desamparada según la peli, ya que en la manera de mostrar su relación asistimos, boquiabiertos, a ese mensaje no tan ingenuo al que hice alusión más arriba. En la película, atención, Carrie tiene la culpa de que Hurstwood, ese respetable varón que cometió un pequeño desliz, lo haya perdido todo. Carrie, suponemos que con sus artimañas de mujer, es la responsable de que el pobre Hurstwood se viera obligado a robar por amor, y de que acabe convirtiéndose en un mendigo. Así lo admite ella al final de la película, donde por lo demás el guión se toma la libertad de redimir a la pecadora Carrie adjudicándole el deseo de volver con Hurstwood cuando acude a ella por unas monedas. Por favor. El mensaje patriarcal, machista, misógino incluso, de la película, contrasta fuertemente con el profundo análisis que Dreiser hace de las relaciones entre hombre y mujer, en el que ambas partes viven, de una manera u otra, en una relación de dependencia.

Son muchas las libertades que se toma la película. Hay nuevos personajes de relleno, algunas veces rozando el ridículo (el perrito de Carrie, ejem), y nuevas escenas, o escenas cambiadas para reflejar la nueva orientación de la historia. Veamos un ejemplo que me llamó mucho la atención.

Cuando Carrie abandona a Hurstwood, en la novela, lo hace porque está cansada de mantenerle y de la vida gris en que se ha convertido su matrimonio, y sobre todo porque quiere gastar el dinero que gana como actriz en comprarse cosas. Nunca le quiso, en realidad. Esta es la nota que le deja:

"Dear George, I'm going away, I'm not coming back any more. It's no use trying to keep up the flat; I can't do it. I wouldn't mind helping you, if I could, but I can't support us both, and pay the rent. I need what little I make to pay for my clothes. I'm leaving twenty dollars. It's all I have just now. You can do whatever you like with the furniture. I won't want it.-Carrie." (Oxford, p. 400)

Bien. Y ahora veamos qué pasa en la película. Hurstwood va a ir a ver a su hijo, del cual ha leído en la prensa que viene a Nueva York. Carrie se siente afrentada y, en consecuencia (aunque inexplicablemente), le abandona. Esta es la nota de despedida, versión fílmica:

"Good bye George. You will be happier with your son. I was not good for you. Carrie."

Esta diferencia entre ambos textos muestra bien claro el contraste del que hablamos. La cosa queda reducida a una simple afrenta amorosa típica de relación adolescente.

Son dos historias bien diferentes, la de la novela y la de la película. Bajo mi punto de vista, la segunda no hace justicia a la primera, hasta el punto de que tiene muy poco que ver con la de Dreiser. No entro en las virtudes que pueda tener como película, en su género, en el contexto de su época, en cuanto a la interpretación de los actores, etc. Sólo me he preocupado de valorarla en comparación con la novela, por supuesto de una manera parcial, simplificada y limitada por la perspectiva, el tiempo y otras circunstancias. A pesar de todo, me parece un contrapunto interesante (e incluso divertido) a la lectura del libro. Daría para reflexionar y discutir mucho más.

martes, 10 de abril de 2012

El asunto de la muerte

Después de leer el texto de Thomas Merton sobre la muerte que Hernán colgó en su blog, creo que se me han aclarado algunas cosas sobre lo del otro día, el asunto de la muerte en El séptimo sello. (Se trata de una cita de Conjeturas de un espectador culpable.) Dice:

"En el corazón de la fe cristiana está la convicción de que, cuando se acepta la muerte en un espíritu de fe, y cuando la vida entera está orientada a la entrega de sí misma, de modo que al final uno la devuelva alegre y libremente en manos de Dios el Creador y Redentor, entonces la muerte se transforma en un logro. Uno vence a la muerte con el amor; no con la propia virtud heroica de uno mismo, sino tomando parte en ese amor con que Cristo aceptó la muerte en la Cruz."

Esto me hizo pensar en el "consumatus est" de la mujer silenciosa. Me sonaba al Evangelio y buscando un poquito encontré que claro, son las últimas palabras de Jesús en la cruz, en el Evangelio de Juan: "Todo está cumplido" (Jn 19, 30). A la vista de esto, puedo interpretar que la mujer silenciosa devuelve la vida alegre y libremente porque ha llegado el momento y, de esa manera, la muerte se transforma en una victoria (o un acto de amor), en lugar del final angustioso que es para el caballero, cuya preocupación única es lo que le espera después. Él busca seguridades porque no quiere acabarse; ella no busca nada, se entrega, superando su miedo a desaparecer, olvidándose de sí misma.

Si la cosa es así, que no lo sé, se podría decir que la película es profundamente religiosa, pese a las apariencias. En todo caso, permite esa lectura y esa reflexión y, definitivamente, da para profundizar muchísimo más. Pero, volviendo al texto de Merton, la cosa se podría resumir en esto:

"Pero, una vez más, la fe cristiana no pretende responder a la pregunta '¿Qué pasa después de la muerte?' Más bien contesta a la pregunta: ¿qué es la muerte? ¿Qué significa la muerte, en mi existencia, ahora?"

Así que, parece, todos podemos ser el caballero o la mujer. A nosotros nos toca elegir entre luchar o aceptar, ahora, es decir en cada momento. ¿Cuál es mi actitud ante la presencia de la muerte en mi vida, ahora? Esto es un asunto para la reflexión privada de cada cual. Lo que no quita para que anote aquí algunas ideas que me vienen, de algunos autores.

Ahí está, siempre unos pasos por detrás, como decía el don Juan de Castaneda, y un día te tocará en el hombro. Es una amiga, o habría que verla como una amiga, creo yo, porque su presencia es maestra. También el miedo a ella es maestro. Para Neil Gaiman, la Muerte no te juzga, sólo te acompaña, te quiere y te comprende, te acepta como eres y, cuando la veas al final, la reconocerás y recordarás que tú también la amas. Esto lo plasmó con gran sensibilidad en The Sandman y en las dos series de Muerte. Para don Juan, en su lenguaje, vivir conscientemente la realidad de la muerte es vivir como guerrero. En cristiano, es justo lo contrario, abandonar toda lucha; pero creo que se trata de lo mismo, en el fondo. Vivir teniendo en cuenta la muerte, no fingiendo que no está. La "carne" es débil, sin embargo, y se esfuerza por cerrar los ojos, huir. Pero todo pasa deprisa, y no hay tregua. El asunto de la muerte está ahí, lo miremos o no.

domingo, 1 de abril de 2012

El séptimo sello

Vi hace poco El séptimo sello de Ingmar Bergman. Cuando la vi por primera vez con una amiga, hace unos años, ella se quedó con la imagen negativa de la religión medieval, con su inutilidad frente a la realidad de la muerte y el horror de la peste. A mí en cambio lo que más me impactó fue la actitud de la mujer silenciosa, que sólo habla al final, para decir: "Consumatus est". Eso lo entendí como una especie de "hágase", como un aceptar la muerte con una sonrisa, acogerla, en lugar de huir de ella con miedo o resignarse a su inevitable llegada, como hacen los demás personajes. Me pareció que la mujer representaba la parte más positiva de lo religioso, en esa actitud espiritual de aceptación, y en la compasión que le llevaba un poco antes a intentar aliviar el sufrimiento del moribundo con un poco de agua. Defendí mi postura: que, en el fondo y pese a las apariencias, lo religioso era salvado por el autor, redimido por medio de la mujer silenciosa.

Esta vez, no he visto eso tan claro. Hay mucho más, y más profundo y complejo, por todos lados. Tal vez, en aquel entonces, intenté a toda costa salvar lo religioso de la desolación y la locura que la película muestra. Un intento de salvar algo mío, se entiende. Me parece que ahora entiendo mejor la interpretación de mi amiga. La nada está ahí, no hay por qué negarla.
La falta de significado, el horror, el miedo a la muerte, la locura, todo eso está ahí. Tal vez está ahí, un poco hiperbólicamente tal vez, porque es una historia vista desde la perspectiva del hombre del siglo XX, que se ha cerrado el acceso a la parte espiritual de su ser, pero algo en él lucha por superar los límites impuestos por el pensamiento racional. En esto, los personajes dicen mucho. Por un lado, está el caballero, cansado de una vida sin significado, perturbado por la idea de la nada, el miedo a la muerte, a desaparecer, viva imagen del hombre contemporáneo que, habiendo abandonado a Dios, experimenta la angustia de su fin próximo, porque si Dios muere, el hombre le sigue de cerca. Sería el que busca. Un ego que no quiere morir, y busca trascenderse, perpetuarse, desesperadamente. El escudero es más práctico pero igual de limitado, me suena a la voz de la razón o el "sentido común", tan engañoso y tentador a veces, ese que dice: "no te preocupes de darle agua al sediento, porque no serviría de nada, total, estamos todos condenados". Y luego está la mujer silenciosa, cuya actitud es de lo más intrigante.

Que el autor concede a esta mujer un carácter central al final, me parece bastante claro. Hasta qué punto su actitud es de aceptación, no lo sé. Tal vez acoge la muerte de buen grado porque supone el fin del sufrimiento que ha visto en vida. Podría ser. ¿Eso sería un aceptar a medias, porque no le queda otra, una huida de la vida? Tampoco voy a ponerme a juzgar si eso está bien o mal, qué sé yo. En todo caso, la Muerte se los lleva a todos, sea cual sea su actitud, y eso es una realidad que está ahí. Aunque claro, la actitud importa. Y la mujer silenciosa elige, a fin de cuentas, acoger lo que hay. Sean cuales sean sus razones, esa es su elección, y esa elección la distingue visiblemente del resto. Es la única que parece superar su miedo, con su sonrisa indescifrable como la vida y su consumatus est poniendo punto final al drama.

La Muerte se lleva a los demás, mientras que la pareja de comediantes sigue su camino. A lo mejor ha sido la intervención del caballero durante la última sesión de la partida de ajedrez, que les permitió escabullirse, lo que los ha salvado. O puede que, simplemente, no fuera su momento. Pero lo cierto es que se llaman José y María y que escapan de la muerte con su niño pequeño, al que hemos visto corretear como un sol por el campo, libre, luminoso y fuente de felicidad para el atormentado caballero. Una cosa sí parece clara. En esa última escena, mientras la familia sigue su camino, despreocupados, contentos y vivos, hay luz y esperanza. Precisamente ahí, en el camino, en lo cotidiano.

Entre el rostro expresivo de la mujer silenciosa y el camino que sigue el carro de José y María, algo importante y sutil brilla. Está ahí, se siente, en el contraste entre escenas, entre noche y día. Tal vez un intento de reconciliación de vida y muerte, un mensaje de esperanza en las tinieblas de la noche oscura del siglo, u otra cosa. Ahí está esa sensación y esa intriga.

sábado, 24 de marzo de 2012

Origen y presente: Prefacio

Esto lo escribí hace unos meses, cuando empecé a leer el libro Origen y presente, de Jean Gebser, con la idea de ir anotando en un blog mis impresiones durante el proceso de lectura, tal como expliqué en el último post. Fue la primera y última (por ahora) de esas notas.

*

"El origen siempre está presente. No es un comienzo, puesto que todo comienzo está ligado al tiempo. Y el presente no es el mero ahora, el hoy o el instante. No es una parte del tiempo, sino un resultado integral y, en consecuencia, siempre originario. Quien sea capaz de llevar a efecto y a la realidad el origen y el presente como integridad, quien sea capaz de concretarlos, superará el principio y el fin y el mero tiempo actual."

Casi nada. Así comienza el prefacio de Jean Gebser a su obra Origen y presente. Hay que leerlo unas cuantas veces para empezar a enterarse. En un párrafo está diciendo algo muy fuerte y profundo, que desestabiliza por completo la concepción habitual de la realidad. El origen siempre está presente. Es decir, en todo momento, ayer, hoy, mañana y el año que viene. Luego el origen no tiene que ver con el tiempo, con nuestro tiempo lineal, el tiempo de la cabeza, del pensamiento discursivo, del lenguaje, de la sucesión. Lo que está ligado al tiempo es el comienzo y el final. Todo lo que tiene un comienzo, tiene un final. Lo fenoménico empieza y termina, las personas, los seres vivos, las cosas, nacen y mueren en ese nivel. Pero el origen no es un comienzo, por tanto está más allá de ese proceso inexorable que afecta a las cosas en el mundo manifestado. No está limitado por el tiempo. Entonces, ¿qué es el origen? Dicen que las preguntas son mucho más importantes que las respuestas. Como no tengo respuesta, quedémonos con la pregunta.

"El presente no es el mero ahora, el hoy o el instante", dice. Es decir, que no es una parte del tiempo, no es un segmento de tiempo, ni pequeño ni grande. Luego el presente no tiene extensión en el tiempo, es decir, hablando propiamente, no tiene duración. No es "el mero ahora", de acuerdo, pero también podemos decir, supongo, que es el Ahora. Lo del "resultado integral" se me escapa. ¿Resultado de qué? Habrá que esperar a más adelante para aclararlo. Pero imagino que se refiere a que el presente no se limita a un segmento de tiempo, sino que es la integridad de todo tiempo, la totalidad de lo que es, más allá de las limitaciones ilusorias de pasado y futuro. Como el presente no es una parte sino el todo, como no está limitado por el tiempo, "es siempre originario". Creo entender que el presente, entonces, es constantemente originado. En otro lenguaje: Dios está creando el mundo instante tras instante. Entonces, el presente no es consecuencia de un tiempo anterior, puesto que el presente abarca todo tiempo. El origen es lo que origina el presente. El origen está siempre en el presente. ¿Voy bien, señor Gebser? Ya lo iremos viendo.

Es complicado, difícil de penetrar. Y es profundo y resuena. Está diciendo, me parece, lo mismo que las tradiciones espirituales. La última frase, de hecho, parece una invitación a andar el camino (emprender la búsqueda, realizar la Gran Obra, etc.). Invita a "llevar a efecto y a la realidad", a "concretar", el origen y el presente como integridad. Con otras palabras, podríamos decir que se trata de actualizar la naturaleza esencial, ¿o también trascender las limitaciones del ego, que es, parece ser, donde opera el tiempo? Quien lo haga, "superará el principio y el fin y el mero tiempo actual". Es decir, será libre de las ataduras del tiempo y del nacer y morir. Pero esto no es un logro de algo externo, no es algo que conseguir, puesto que si uno puede superar el tiempo, eso significa que el origen está ya en él como algo a actualizar, o que vive en el origen, es decir, desde siempre y para siempre, sólo que en su estado actual está limitado por el tiempo a cierto nivel, debido a razones que el autor, supongo, explicará más adelante con su lenguaje.

sábado, 17 de marzo de 2012

Carta abierta a un amigo: Sobre Origen y presente

Querido P.:

Me pides que te cuente algo acerca de Origen y presente, de Jean Gebser. Como te dije en una carta anterior, hace un tiempo creé un blog con la intención de hacer un seguimiento de mi lectura del libro, que había emprendido con muchas ganas. Mi idea era ir escribiendo conforme leía sus capítulos, reflexionando y comentando al mismo tiempo que se desarrollaba el diálogo entre el autor y yo, documentando lo que fuera surgiendo en el proceso: las dificultades, las comprensiones, las resonancias, los gustos y rechazos que me suscitara.

Se quedó en nada. La enormidad, la complejidad y la densidad del librito (con sus novecientas y pico páginas, incluyendo el extenso aparato de notas), me hicieron pensármelo mejor. Vamos, que no me vi capaz de procesar en mi interior la información y la profundidad de cada capítulo y convertirla en un post coherente. Tal vez lo haga cuando lo lea por segunda vez. En lugar de eso, preferí sumergirme en su lectura, con calma y sin presiones, pero sin pretender profundizar demasiado, detenerme o volver sobre mis pasos. Me costó unos dos meses.

Dicho esto y para contestarte, tengo que decirte que ha merecido la pena. Es un libro para releerlo y estudiarlo en profundidad, y parece resultar difícil incluso a los especialistas, por lo que me han comentado de un caso en particular. Pero yo, de momento, me conformo con una primera lectura. Te puedo decir que, para mí, con todo lo denso que se me ha hecho a veces, leerlo ha sido un diálogo muy enriquecedor, aun habiendo hecho sólo una lectura superficial. Ha hecho tambalear ideas que tenía asentadas desde hace años y ha arrojado luz sobre ciertas cosas. Y aún lo sigue haciendo, una vez devuelto a la estantería. En algunos momentos, ha resultado inspirador. En otros, me ha suscitado rechazos, lo cual siempre es de agradecer, para ver los propios apegos.

Ahora voy a intentar resumirte brevemente el libro. Expone su tesis sobre la naturaleza de la conciencia, o más bien su despliegue a lo largo de la historia del hombre. Pero más que una tesis es un intento de explicar con palabras un saber experiencial, una verificación. De aquí parten las ideas que otros autores han divulgado sobre los distintos niveles de la conciencia (arcaica, mágica, mítica, mental), que han ido apareciendo en la historia y que perviven en nosotros, actualmente de forma no armónica, debido a los problemas generados por la conciencia racional, desarrollo deficiente de la conciencia mental. Su propuesta es el próximo paso, la conciencia integral, que integra y restituye en su lugar, armónicamente, a todas las anteriores, y que el autor veía asomar ya en su época (el libro se publicó en 1949-1953) en manifestaciones artísticas y otros síntomas. En la primera parte, explica y desarrolla las distintas conciencias y su relación entre sí. En la segunda parte, habla más detalladamente de esas pistas que encuentra en el arte pictórico, la literatura, la música, las ciencias, la filosofía y otros campos. Para él, la clave se encuentra en la aparición del tema del tiempo, ya que una de las características fundamentales de la nueva conciencia es la libertad del tiempo.

Tal vez podría decirse que el enfoque del libro es más o menos antropológico, pero es también un libro espiritual, porque incluye y apunta a la dimensión espiritual del ser humano, lo que él llama el origen siempre presente, que se actualiza a través del despliegue de la conciencia, y que, de acuerdo con el autor, se hará efectivo para la humanidad al alcanzarse y asentarse la conciencia integral, y se hace efectivo en cada uno de nosotros en la medida en que vivimos en el presente y abiertos a esa realidad de fondo, reconociendo y dando presencia (podría decirse así) a los distintos niveles que operan en nosotros, liberándonos de su influencia sin reprimirlos. Al mismo tiempo, es un libro muy muy erudito, y también muy serio y riguroso, muy honesto en su exposición, y muy crítico con las corrientes de pseudoespiritualidad, ocultismo, espiritismo, y otras de esa índole, que él explica como un retroceso a lo mágico. Si lo que te he contado te suena un poco a new age en el sentido despectivo que se suele dar a la expresión, te recomendaría que le dieras aun así una oportunidad. Esa etiqueta, por lo demás, me parece muy injusta, porque con ella se meten en el mismo saco, sin distinción, cosas de muy distinta naturaleza. En el caso de Gebser, está especialmente fuera de lugar, y de hecho, desde su teoría es posible discernir muy bien entre el grano y la paja. Diría que es un libro muy en sintonía con la espiritualidad tradicional, particularmente el cristianismo y el Zen, aunque evita entrar en los terrenos de la mística o la teología, y habla siempre con un lenguaje propio, funcional, de acuerdo a su deseo de transmitir una visión actual y abierta de la realidad. Por otra parte, es bastante crítico con los tradicionalistas tipo Guénon, así que no hay dónde encasillarlo. Por otro lado, ha influido mucho en diversos autores serios. Que yo conozca, Ken Wilber; supongo que conoces sus estudios sobre la conciencia.

Como ves, al final me he animado a escribir algo sobre el libro. Y lo he hecho abriendo un blog, así que te agradezco la petición, que me ha impulsado a retomar la idea y empezar a escribir. No será el blog temático sobre Origen y presente que había planeado, aunque posiblemente escribiré alguna cosa sobre él aquí. De momento, si te interesa el tema de la conciencia, y sabiendo que te interesa la ciencia, la religión y sus roces, yo te lo recomendaría sin dudar, porque me parece muy clarificador en ese tema. Además, otro aliciente para ti es que en el libro habla bastante de física cuántica, que creo que te interesa. Heisenberg en particular admiraba la obra de Gebser, por cierto.

Nos seguimos leyendo.

Un abrazo,
D.