Era la primera vez que visitaba el cineclub Cerbuna. Las situaciones nuevas, al romper la rutina a la que nuestra perezosa mente se acostumbra, estimulan la atención. Quizá por eso, cuando se apagaron las luces y comenzó la película, mis sentidos estaban más abiertos de lo habitual. El arte siempre se disfruta mejor –se saborea mejor– en estas circunstancias. Obaba (Montxo Armendáriz, 2005), en cualquier caso, lo merecía.
El planteamiento de la historia, de entrada, parece sencillo: Lourdes (una sugerente Bárbara Lennie que aporta frescura a todas sus acciones), estudiante de Audiovisuales, viaja a un pueblo vasco para filmar retazos de la realidad de sus gentes. Pero desde el abismo de los recuerdos y los miedos encarnados en la figura simbólica del lagarto, un misterio proyecta su sombra entre los habitantes de Obaba.
Al no haber leído Obabakoak, el libro de Bernardo Atxaga, cuento con la ventaja de abordar la película sin prejuicios, pero también con el inconveniente de no conocer la sustancia con la que Armendáriz ha dado forma a su versión. En tal estado de cosas me dispongo a desarrollar mi interpretación, basándome en mis impresiones y asumiendo que el hilo conductor de la película –la intervención de Lourdes en el espacio de Obaba– cobra una importancia capital que vertebra el conjunto de las historias entrelazadas en torno a un tema central: la evolución del personaje principal, provocada por su interacción con el entorno y reflejada en las vidas particulares que forman el entramado humano del pueblo, que a la postre se convierte en personaje total. (Desvelo algunos detalles de la trama.)
Empecemos con el entorno. Obaba es un lugar misterioso, situado fuera del espacio habitual. Se intuye nada más empezar la película, cuando Lourdes nos pone sobre aviso de que algo extraño ha ocurrido en su vida a raíz de su visita al pueblo. El viaje, como antiquísimo recurso literario para expresar el crecimiento vital del ser humano, introduce a la joven en el terreno de lo desconocido. Como ocurriera a Ulises en los mares ignotos o a Dante en la selva oscura, Lourdes se va a ver obligada, sin saberlo, a buscar un camino de retorno, una salida, «un sentido» (que se convertirá en objeto de su obsesión) al acertijo que las imágenes inconexas de su cámara le van a plantear. Como en todo viaje iniciático, el héroe ha de pasar por pruebas que le permitirán, de ser resueltas, acceder a una realidad más plena, que se refleja básicamente en su relación con el medio y consigo mismo.
No faltan las señales que nos anuncian la entrada en el territorio de lo fantástico, donde la frontera entre la realidad y la fábula se difumina: Ismael recogiendo un lagarto en plena noche y en medio de la carretera, iniciando a Lourdes en la costumbre de contar –en este caso las curvas–, es la primera. El lagarto, envuelto en una siniestra leyenda que sirve de coartada para longevos rencores y ataduras con que la tierra amordaza la libertad de los personajes, simboliza además el miedo en su desnudez primigenia como espejo de todos los temores del ser humano. Lourdes, que es curiosa por naturaleza, se va a ver arrastrada por las circunstancias hasta la caseta de los lagartos. Allí se enfrenta a sus miedos, sola consigo misma, y se ve expuesta a esa tiniebla inquietante relacionada con la tierra. Emerge al mundo transformada, pues a partir de entonces no descansará tranquila hasta desentrañar el sentido que ha de dar cohesión a las turbias historias de los habitantes de Obaba. Más tarde, descubrirá que algo físico le ha ocurrido en el proceso, algo tangible que se manifiesta en su pérdida del oído izquierdo. Poco importa, a efectos narrativos, si el lagarto penetró en su cabeza o no. En este punto, el director juega hábilmente con el carácter fantástico del entorno, prolijo en tinieblas que nos niegan una conclusión unívoca basada en criterios racionales. En Obaba anida la irracionalidad, lo más profundo de los sentimientos, y lo importante es que Lourdes, quiera o no, se ha adentrado en esa realidad que una vez hollada no deja escapatoria. Así como Odín sacrificó su ojo a cambio de la sabiduría, Lourdes habrá de aceptar su sordera como pago por su paso por el terreno mítico de Obaba.
«Contar las cosas entretiene y mantiene la cabeza despejada». Es una tradición que comenzó la maestra (admirablemente interpretada por Pilar López de Ayala) y que transmitió a los niños del pueblo. Este juego ejerce de contrapeso a la presencia de lo oscuro, lo irracional, que acecha en las sombras de cada vida. El ritmo consciente que los personajes imprimen a su actividad funciona como la recitación mecánica de un rosario o un mantra: tranquiliza la mente y ayuda a centrarse, a dejar pasar la tormenta y no perder el contacto con la cordura cuando peligra en un medio hostil. De entre las tres historias elegidas por Armendáriz para su adaptación (la de la maestra, la del alemán y la del loco), ésta es la que brilla con más fuerza en mi memoria. Ahogada por una realidad opresiva de la que no puede escapar, se refugia en su costumbre de contar las cosas para seguir adelante y pasar por su infierno particular sin caer en las trampas que acechan en su camino. Así, evita los deseosos brazos del rudo joven tatuado y finalmente obtiene el premio del amor correspondido, aunque no bien visto, del jovencísimo aunque honesto y sencillo Manuel.
Volviendo a Lourdes, su propio purgatorio pasa por su interacción con los personajes de un drama que empezó años atrás: si Miguel (un Juan Diego Botto correcto en las escasas posibilidades que le permite su papel), el hijo de la maestra, es su vínculo con el aspecto más benévolo del entramado, el alemán representa lo enigmático y la integración de lo ajeno en una armonía de claroscuros, mientras que Lucas (Eduard Fernández, cuya maestría tuvimos el placer de disfrutar en su reciente interpretación de Hamlet en los teatros) sugiere el fracaso, la tragedia, la locura. Como si se tratara de un koan, Lourdes le da vueltas al acertijo de Obaba sin encontrar ninguna respuesta satisfactoria por medio de su pensamiento discursivo, racional. ¿Cuál es el sentido que da cohesión a las historias que componen el tejido humano del pueblo a lo largo de los años? Amor, rencillas, redención, locura, paz, venganza… ¿Cuál es el sentido de los sinsentidos de la vida humana? Lourdes sólo hallará descanso cuando vuelva a Obaba y acepte sus limitaciones: su incapacidad para comprender y su sordera. A partir de entonces, se dedica a grabar escenas inconexas de la vida del pueblo. Vida que continúa en los niños y que se perpetúa en el amor sencillo, sin prejuicios ni metas antepuestas que abraza junto a Miguel, un personaje intencionadamente simple que no busca nada fuera de lo que le ofrece su espacio y su tiempo presente; es un símbolo de la felicidad lograda tras el viaje alegórico de Lourdes, pero también la segunda persona de una historia de amor que inicia su andadura con humildad y sin sobresaltos, manteniéndose en un discreto segundo plano, desde la llegada de la chica al pueblo.
El círculo se cierra con Lourdes y Miguel recorriendo en moto la carretera. La voz de ella grita un número cuando giran una curva ante nosotros, los espectadores: sigue contando los pasos del camino que es la vida, pero ya sin preocuparse en un sinvivir en el nivel de la cabeza. ¿Ha resuelto el koan? Lo cierto es que ya no busca el sentido, sino que simplemente vive y siente. Si la tierra y sus lagartos han absorbido finalmente a la joven o si su influencia ha contribuido a su liberación es un dilema que queda sin cerrar ante la libertad crítica o la sensibilidad personal del espectador. En mi opinión, el balance es positivo para Lourdes y podemos suponer que al aceptarse a sí misma y la situación en la que vive, ha accedido a una comprensión del enigma no tanto discriminatoria y cerebral como global y vivencial.
Aunque es posible que la trama pudiera haber sido llevada de una manera más efectiva, no por ello deja de brillar un rico tapiz lírico hábilmente tejido bajo las capas de oscuridad de la inquietante Obaba. El misterio y la poesía del entorno vivo creado por Atxaga nos atrapan sutilmente desde el principio, como en un sueño fantástico pero pleno de reflejos armónicos y correspondencias que articulan una historia de orígenes fragmentarios pero de acabado redondo por obra de la sabia estructura central que introduce Armendáriz. Al final, el director echa mano de la ambigüedad a que se presta la naturaleza fabulosa de Obaba y sus sucesos, jugando con la duda del espectador ante el enigma del lagarto. ¿Qué pasó realmente en la caseta aquella noche? Esa inquietud, presente hasta los créditos en el corazón del espectador y en el tono irreal de los últimos suspiros de la película, sugiere una verdad encubierta: inseparable de la feliz simplicidad que Lourdes ha encontrado, pervive la oscuridad, acechando como los seres que reptan por la tierra. Su triunfo –y por extensión el del director– es haberla aceptado como constituyente indisoluble del conjunto.
Comentarios a la entrada en su anterior ubicación:
ResponderEliminarAutor: ireth
Hola. Gracias por el vínculo a mi blog, ahora te añado también jeje.
Vaya comentario más extenso sobre Obaba para empezar... A mí la película me gustó aunque no tanto como pensaba, me dio la impresión de que le faltaba algo (supongo que demasiadas expectativas), tampoco he leído la novela de Atxaga. Y sí, te doy la razón en que Eduard Fernández estuvo magistral, sobre todo en la obra teatral Hamlet.
Fecha: 10/05/2006 20:24.
Autor: Daniel
¡Hola, Ireth! En parte yo también tuve la sensación de que faltaba algo más en la película. Puede que fueran las grandes expectativas como dices, o puede que al tejido le falte alguna hilada decisiva. Pero mi sensación final es la de una buena película bastante redonda y con más miga de lo que parece. Tengo que ver Secretos del corazón, también de Armendáriz. ¿La has visto?
Verdaderamente, Eduard Fernández estuvo genial en Hamlet. Le dio un toque muy personal, ¿verdad?; al principio me pareció un poco demasiado afectado, pero en seguida me sedujo completamente. Ya he visto en tu blog que también fuiste a verla al teatro. Yo en cambio me perdí la Tempestad, qué pena...
¡Un beso!
Fecha: 10/05/2006 20:43.
Autor: Charrabís
Hola Daniel, qué bien poder leer un blog desde el principio! Y además el blog de un filólogo... Esto promete, aunque igual hay competitividad con Ireth, que parece que habláis de los mismos temas...
Sobre Obaba, no la he ido a ver porque un gran complot universal ha hecho que todas las veces que haya intentado hacerlo no haya llegado al cine.
Espero que con el DVD no pase lo mismo, o iré al médico a ver si se cura...
Te deseo lo mejor y que sigas así de bien (eso sí, me gustan los blogs con textos cortos, a ver si resumes un poquico!). Enhorabuena por este comienzo tan bueno.
Desde aquí hago una llamada a Antonio Manuel para que nos deleite con un blog suyo, que no estaría nada mal.
Un saludo, buena nueit!
Fecha: 11/05/2006 23:42.
Autor: Daniel
¡Hola, Charrabís! Gracias por tus comentarios; estás en tu casa. La labor que llevas en tu blog en aragonés me parece genial, ¡sigue así!
¿Competir entre amigos? Mejor compartir. ;-)
Sobre Obaba, si los hados te permiten finalmente verla, te recomiendo que lo hagas. Yo la disfruté, y me parece una buena peli hecha con arte en el sentido pleno de la palabra.
Doy fe de que un blog de Antonio Manuel sería interesante, que ya he leído algo suyo en el blog de Ireth.
¡Un saludo, y a pasar buen fin de semana!
Fecha: 12/05/2006 16:30.
Autor: JoseAngel
Me pasó con la película como a Charrabís... pero a ver si la veo, sobre todo animado por tu comentario. Ah, y misma opinión sobre Hamlet, también me gustó Eduard Fernández. Un saludo, y a seguir blogueando en el candelero.
Fecha: 24/06/2006 18:06.
Autor: Daniel
Pues espero que te guste, ya contarás. Respecto al teatro, Eduard estuvo muy bien, sí; estaría bien volver a verle por aquí.
Seguramente tendré el blog inactivo durante el verano, pero en septiembre seguiremos blogueando. Saludos, José Ángel, y nos leemos.
Fecha: 25/06/2006 21:07.