Los tres entierros de Melquiades Estrada (2005), el debut tras las cámaras de Tommy Lee Jones, es una buena historia cuyo tema central, como el de muchas buenas historias, es la epopeya del ser humano embarcado en un viaje vital hacia la comprensión de sí mismo en compañía de sus luces y sus sombras. En esta ocasión, el viaje toma forma de road-movie con disfraz de western fronterizo, donde el simbólico desierto regresa como tantas veces a lo largo de los siglos para ejercer de marco de fondo en este relato de peregrinación y penitencia, incluyendo eremitas, serpientes y demás encuentros con sabor mágico. La alegoría y la fábula moral están servidas con exquisito gusto por intermedio de la pluma del guionista Guillermo Arriaga y un Lee Jones muy prometedor como director que además borda su papel en el escenario.
Como en un puzzle, el suceso de la muerte del trabajador inmigrante mexicano Melquiades Estrada (Julio César Cedillo) se reconstruye progresivamente a la par que se nos muestran los antecedentes y las consecuencias en un pueblo perdido en el desierto de Texas. Los dos personajes directamente afectados son Pete Perkins (Tommy Lee Jones), capataz que dio trabajo a Melquiades y se hizo su mejor amigo, y Mike Norton (Barry Pepper), el guardia fronterizo que lo mató por error. Ambos compartirán el protagonismo durante el viaje, uno como secuestrador y guía, el otro como prisionero e involuntario penitente.
En la primera parte hay un juego constante que nos niega acomodarnos en el reconocimiento de uno u otro personaje como protagonista del film. Si Lou Ann Norton, esposa del guardia fronterizo, ofrece la visión de una mujer oprimida en una relación de autoridad de previsible futuro trágico, no es respecto a la historia principal sino víctima de la suerte de su marido. Sin embargo, a diferencia de Rachel, la camarera –que optó por una vida fragmentada en afectos vividos a medias como vía de escape de su infelicidad en el matrimonio–, Lou Ann sabrá prever lo que le espera (no sólo a través de la resignada Rachel, sino también en la figura de su anónima vecina, desasosegante reflejo de un futuro posible de soledad y hastío) y decidirá en consecuencia, marchándose para rehacer su vida por su cuenta. Desaparece de la historia, como también lo hace el sheriff y, más adelante, una Rachel que no se atreve a tomar un papel activo a estas alturas de su vida gris y ajada.
El protagonismo recae por fin en el que inicialmente es el personaje más vacío, frío y lejano de todo el elenco: Mike Norton. Totalmente dominado por sus instintos animales, se verá obligado a recorrer un camino de sufrimientos que le confrontará con las víctimas de su brutalidad y ante todo con su propia naturaleza. Aunque está claro que se trata de un caso extremo, simboliza al hombre, a todos los seres humanos cuya vida se desarrolla en ese nivel superficial donde son arrastrados por los vientos de sus pasiones y a la postre devorados por la cadena de acciones y reacciones de la que son esclavos. Al principio, Norton es incapaz de sentir empatía o compasión; su sensibilidad está embotada. Se comporta de forma totalmente egoísta e irresponsable, y como tal ser insensible es tratado por su guía-secuestrador, que le obliga a desenterrar a Melquiades, a llevar sus ropas (despojándose de su uniforme y con él de su anterior condición) y a seguirle en un viaje surrealista hacia el idílico pueblo de origen del mexicano.
Si en un principio resultaba imposible que el espectador se identificara con Norton, en esta historia se produce el milagro: no sólo va a ir humanizándose paulatinamente, sino que al final asistiremos a su redención, coincidiendo su regeneración definitiva con el despertar de nuestra compasión. Su transformación resulta creíble –y por tanto capaz de conmovernos– gracias, fundamentalmente, a varios encuentros que van rompiendo la dura concha con que Mike Norton ha recubierto su alma: el viejo ciego que, cual eremita del desierto, comparte con los viajeros lo poco que tiene; la mujer anteriormente golpeada por el guardia fronterizo que ahora le cura de su picadura de víbora; los vaqueros que comparten con ellos su comida y bebida con la espontaneidad de las personas de corazón sencillo. Particularmente significativo me pareció el momento en que Norton, tras ser curado por la mexicana, se sienta a pelar mazorcas de maíz junto a ella y otras mujeres; es en ese punto cuando el orgullo cede ante la humildad y el trabajo con las manos le devuelve el contacto con la realidad concreta de la vida y con su propia naturaleza humana. A partir de entonces, Mike Norton vuelve a ser una persona capaz de conmoverse, arrepentirse, llorar, y por tanto perdonarse y vivir. Hasta entonces no era más que un muerto llevando a otro muerto arrastras; una vez enterrado Melquiades y llorado su cadáver, Norton se ha convertido en un hombre nuevo.
Aunque he dejado fuera de este análisis al personaje interpretado por Tommy Lee Jones, hay que señalar que no sólo ejerce de secuestrador y al mismo tiempo –obviamente sin saberlo– de guía espiritual, sino que también él evoluciona en contacto con su rehén. De hecho, poco a poco se produce un acercamiento entre ambos que culminará con una especie de amistad o, al menos, un reconocimiento mutuo que salda todas las deudas. Como dato curioso, Pete Perkins y Mike Norton llegan a aparecer como la pareja literaria por excelencia: don Quijote y Sancho Panza, el uno queriendo ver en su locura pueblos donde no los hay, el otro contestando con el sentido común.
Los tres entierros de Melquiades Estrada es una obra rica en niveles de lectura y compleja sin llegar a requerir un esfuerzo intelectual por parte del espectador. Es alegoría de la renovación del ser humano, bello canto a la amistad y alegato en favor de los inmigrantes, sujetos a penurias y maltratos para ganarse el pan. Es también el prometedor debut de un Tommy Lee Jones rebosante de talento en su nueva faceta como director. Por todo ello, se trata de una opción más que acertada para pasar un buen rato ante la pantalla.
Comentarios a la entrada en su anterior ubicación:
ResponderEliminarAutor: Serrano
Sólo comentar que Los Tres Entierros de Melquiades Estrada es una película fabulosa, que sorprende gratamente con ese final tan emotivo y tan inesperado.
Tommy Lee Jones supera con nota su primera incursión en la dirección, con un estilo que parece una curiosa mezcla entre Clint Eastwood y Tarantino (por la sobriedad con que trata la historia y por la estrutura no lineal de la narración).
E interesante blog, por otra parte. ¡Nos vemos en EyB!
Varion.
Fecha: 08/07/2006 19:13.