«Y en la tristeza y desolación del pueblo, mientras cantan las mujeres en el templo, los pajarillos no cesan de piar en las arboledas, ni el canto de las currucas deja de oírse en las ramas secas de los naranjos.»
Mariano Azuela, Los de abajo.
Un párrafo de ésos que a uno se le presentan como un enigma escondido. Tiene algo, piensa uno, y no sé qué. En medio de la tristeza y la desolación, armonía. Cantan las mujeres en el templo y hay un canto, natural, que no cesa, que estaba ya antes de la tristeza, la desolación y las mujeres en el templo. Hay una música que trasciende lo humano y, sin embargo, toda esa pobreza humana ocupa su lugar en ella. Acaso un lugar especial, se podría pensar, o simplemente el lugar que le corresponde: ahí junto a los pajarillos, las currucas, las ramas secas. Y acaso no un lugar sino la obra toda, y el piar incesante en la pobreza. Y, como dijo la santa, todo está bien. Continúa el canto misterioso, que nunca deja de oírse porque siempre está, también ahí o justo ahí, entonces, en la tristeza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario