miércoles, 27 de diciembre de 2006

Sobre el papel de San José en el arte

Giotto di Bondone, Natividad, 1304-06 [detalle].

En el concierto navideño que La Orquestina del Fabirol dio hace poco en Monzón [publiqué una crónica en Músicas del Mundo], se aludió a la imagen medieval de San José, algo diferente a la actual. (Más "lúgubre", dijeron ellos.) Como ilustración, puede leerse a continuación el texto que se declamó:
De la obra de Gómez Manrique, La representaçión del nasçimiento de Nuestro Señor*:
Lo que dize JOSEPE, sospechando de Nuestra Señora:
¡O viejo desventurado!
Negra dicha fue la mía
en casarme con María
por quien fuesse desonrado.
Yo la veo bien preñada;
no sé de quién nin de cuánto.
Dizen que d’Espíritu Santo,
mas yo d’esto non sé nada.
La oraçión que faze la GLORIOSA:
¡Mi solo Dios verdadero,
cuyo ser es inmovible,
a quien es todo posible,
fáçil e bien fazedero!
Tú que sabes la pureza
de la mi virginidad,
alunbra la çeguedad
de Josep e su sinpleza.
El ÁNGEL a JOSEPE:
¡O viejo de munchos días,
en el seso de muy pocos,
el prinçipal de los locos!
¿Tú no sabes que Isaías
dixo: "Virgen parirá",
lo cual escrivió por esta
donzella gentil, onesta,
cuyo par nunca será?
[*]: Ronald E. Surtz, Teatro castellano de la Edad Media, Taurus, Madrid, 1992, pp. 77-78.
Resulta curioso comprobar en el arte medieval disponible en la red que San José, las más de las veces, parece quedar relegado a un rincón, lejos de la virgen y el niño, y casi siempre con aspecto de estar algo ausente, o melancólico, o en cualquier caso no manifiestamente contento:



Taddeo Gaddi, Natividad, 1325.

¿Qué se intenta expresar mediante su exclusión? Es posible que aún en el nacimiento tenga San José la actitud que veíamos en el texto teatral. En todo caso, quizá su amargura o su duda o su contrariedad resaltan de alguna manera su saber estar ahí, en su lugar, a pesar de todo. Quien haya visto la reciente película de Catherine Hardwicke habrá notado el énfasis que se pone en el sacrificio personal de José, que poco a poco y no sin esfuerzo renuncia por amor al honor, es decir, a lo que la sociedad espera de él. Éste es, por cierto, un punto de la película que me llamó especialmente la atención. Hoy es ardua la tarea de sustraerse a la influencia del medio, pero resulta difícil imaginar la dificultad que acaso tendría en aquel tiempo y aquel lugar (en que tanto pesaba la ley y lo comunitario) dar un paso tan arriesgado, tan de fe.
Desde una óptica actual, la película parece incidir en ese punto ante todo en pro de los valores familiares que se pueden inferir de la imagen de la Sagrada Familia. En este sentido, a alguien que contemple la escena en el arte medieval podría parecerle fuera de lugar el papel asignado a San José, diríase marginal. Pero quizá una función de este rol sea destacar la naturaleza divina del Niño. Probablemente significa mucho más, y acaso haya ahí también un sentido simbólico que haga referencia a algo en nosotros y no tanto al aspecto histórico. Uno se pierde en las profundidades del arte tradicional y no digamos en la teología. Pero es posible que el José de los belenes de hoy, cercano, contento y presente, baste y aun sea en algún sentido perfectamente adecuado. En todo caso, adecuado a lo que se pretende expresar.

Y eso nos lleva de nuevo a preguntarnos lo que los hombres medievales querían expresar. No es una cuestión que se pueda resolver con una respuesta sencilla, me parece. O sí, no lo sé. De todas formas, la reprimenda del ángel a José que leemos en el texto dramático de arriba, me resuena, como si se expresara mediante aquellos versos una suerte de batalla interior atemporal presente en cada persona, de ayer y, cómo no, de hoy.

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