«Aun el hombre común, se puede dar cuenta que los árboles son seres extraordinariamente espléndidos con el ser humano. Nos regalan su belleza en el paisaje, nos transmiten tranquilidad y armonía con sólo verlos, nos permiten descansar bajo su sombra, nos alimentan con sus frutos, nos dan cobijo y comodidades con su cuerpo de madera, nos proporcionan el mismo oxígeno que respiramos; mientras nosotros insistimos en contaminar la atmósfera, ellos luchan incansablemente por limpiarla. No obstante, hay mucho más en la conciencia de los árboles, si es que somos capaces de abrirnos a ella.» (Víctor Sánchez, Las enseñanzas de don Carlos, Gaia, p. 245.)
Comenta el autor, basándose en experiencias relacionadas con prácticas chamánicas, que los árboles son muy afines a los seres humanos, y que el contacto con ellos (con una adecuada actitud de respeto y encuentro con el otro) resulta sumamente curativo y reconfortante.
En la gran tarea que hay por delante para recuperar la cordura y la relación respetuosa con la tierra y el origen, creo que un buen primer paso es dar gracias a los árboles. Hay tantos de ellos a nuestro alcance, aquí en la ciudad, de esos trasnochadores que iluminan sin que nos demos cuenta, ordinariamente, de su presencia. Hay que darles las gracias, y recordarse a menudo que están ahí, ajenos al ajetreo de estas mentes locas (o tal vez sufriéndolo), pero bien presentes, siendo, dando ejemplo de cómo vivir: sin fingir ser otra cosa que lo que son, dándose, brillando desde dentro, amando.
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