domingo, 6 de enero de 2013

El hombre crea el ambiente

Una cita procedente del ámbito islámico:

«No sólo nuestras alegrías y pesares no son más que falsas sensaciones sugeridas por antiguas costumbres ancestrales, sino que son las mismas convenciones sensoriales de los hombres que le han conferido a la materia el aspecto que hoy día posee. No es que el ambiente haya creado al hombre: en realidad es el hombre que ha creado el ambiente con una especie de cristalización exterior del contenido de su conciencia…» (‘Abdul-Hâdî, Páginas dedicadas al sol [vía Baldanders]).

Leí la misma idea en su día a Guénon, y también en boca de don Juan, en los libros de Castaneda, y creo que tiene relación con el tema de la realidad consensuada: la sociedad determina de común acuerdo la realidad que perciben sus miembros, en un esfuerzo agotador que les deja sin apenas energía para percibir una realidad más amplia. Puede que este asunto tenga que ver con el concepto guénoniano de la solidificación progresiva del mundo.

Pero quedándonos con la cita del sufí sueco (también llamado Ivan Aguéli), me recuerda mucho a esto otro que dice, con un lenguaje diferente, Eckhart Tolle, refiriéndose a las profecías tradicionales sobre "un nuevo cielo y una nueva tierra":

«Aquí tenemos que comprender que el cielo no es un lugar físico, sino que se refiere al reino interior de la conciencia. Este es el significado esotérico de la palabra, y también es el significado que tiene en las enseñanzas de Jesús. La tierra, por su parte, es la manifestación externa con forma, que siempre es un reflejo de lo interior. La conciencia humana colectiva y la vida en nuestro planeta están intrínsecamente conectadas. "Un nuevo cielo" es la emergencia de un estado transformado de la conciencia humana, y "una nueva tierra" es su reflejo en el plano físico. Como la vida humana y la conciencia humana son intrínsecamente una unidad con la vida del planeta, cuando la vieja conciencia se disuelva tendrá que haber trastornos naturales geográficos y climáticos, sincrónicos en muchas partes del planeta, y ya estamos presenciando algunos de ellos.» (Eckhart Tolle, Un nuevo mundo, ahora, cap. 1).

No sé en qué medida estas dos citas expresan la misma realidad, pero creo que van a lo mismo. Si bien es verdad que Tolle no habla de los cambios que hubiera podido haber en el pasado en ese sentido, me parece que lo que dice sobre la influencia en el ámbito físico del cambio de conciencia que se está empezando a producir hoy sería aplicable también a otros momentos de la historia.

Es cierto que ahí entramos en el terreno de la especulación, puesto que seguramente no tenemos pruebas válidas para el pensamiento racional, y puede ser un terreno fértil para la fantasía. Pero, aunque es una noción que resulta muy extraña al pensamiento moderno, parece formar parte de la sabiduría común a las diversas tradiciones espirituales. Me parece que es de esas cosas que quedan fuera de la estrecha comprensión de la conciencia mental-racional y se clarifican desde un punto de vista integral. De todos modos, seguramente verificarlo no es una tarea de las más acuciantes, no lo sé.

Sin irse demasiado lejos (aunque puede ser un tema apasionante, si uno se atreve a poner entre paréntesis las convenciones de la cultura científica), uno puede quedarse con un mensaje sencillo: mi mirada configura mi experiencia vital; el mundo refleja la conciencia, las vivencias externas responden en el fondo a las expectativas íntimas. Es fácil (o no tan fácil, según) ver esto respecto a lo personal, lo individual, mediante la introspección.

¿Y a nivel macrocósmico? Que el mundo está cambiando lo puede ver cualquiera. Que esos cambios (y los venideros, sean más espectaculares, o no) responden a un cambio de conciencia de la humanidad, se diga con el lenguaje que se prefiera, será algo que ya iremos comprobando, seguro.

5 comentarios:

  1. Hola Daniel,

    me alegra mucho ver de nuevo actividad en tus blogs (y espero que hayas decidido definitivamente los títulos de todos ellos, que me llevas de calle cambiando los enlaces desde el mío...) :-) Las reflexiones que haces en este último post me han hecho pensar en algunos pasajes de la lectura que me ocupa en estos momentos y que creo que podrían resultarte interesantes al hilo de lo que comentas. Puede que la relación no se vea de inmediato, pero a mi modo de entender tiene mucho que ver, pues los pasajes ponen énfasis en lo que tal vez hace que resulte difícil interpretar en qué sentido la conciencia puede condicionar el ambiente, y eso es porque para ello tenemos que ver primero si esta conciencia de que se nos habla es la subjetividad psíquica tal y como la entendemos actualmente; como un "reino" individual, independiente, separado y cerrado excepto por lo que llega a ella a través de los sentidos.

    Estos pasajes que te dejo pertenecen al libro "El templo del cosmos" de Jeremy Naydler, que trata acerca del pensamiento en el antiguo Egipto, y hacen referencia a una visión diferente del mundo, aquella en que el aspecto físico transparenta la realidad espiritual (el mundo físico es donde termina el mundo espiritual, decía Emmanuel Swedenborg) y en la que no se ha producido una radical separación entre ellos; una visión en la que las cosas -y aquí está la clave-, no son meramente exteriores unas a otras, ni todo lo psíquico es meramente subjetivo, perteneciente la psique del individuo, donde solemos situarlo ahora, obviando el intermundo. El ser humano se encuentra generalmente enajenado y alienado, es decir, separado de sí mismo y de todo, y convertido en algo que no le representa en su verdadera dignidad.

    (te lo dejo en varios comentarios, que no cabe todo sólo en uno).

    Dice Naydler:

    "A pesar de los esfuerzos contínuos de los físicos modernos por modificar la forma en que pensamos sobre el espacio, la mayoría lo piensa como una especie de contenedor "en" el que están los objetos físicos. Se supone que el espacio es un medio neutral y uniforme, carente de cualidades, en el que existen los objetos. Por ello es relegado al trasfondo de nuestros pensamientos (...) Sin embargo, si dirigimos nuestra atención al espacio, éste se muestra particularmente difícil de aprehender. Tener una experiencia del espacio vacío de objetos -experimentar un "espacio completamente vacío"- es absolutamente imposible. Parece que intentamos agarrar simplemente una abstracción. Para experimentar el espacio, debemos experimentar un mundo de objetos. Y así descubrimos que más que objetos que están "en" el espacio, el espacio está en la relación de un objeto con otro.
    Nuestra experiencia moderna de objetos espacialmente relacionados es una experiencia de su exterioridad recíproca, y también de su exterioridad respecto a nosotros mismos. Cuando nos referimos a la abstracción que denominamos "espacio", a lo que realmente nos estamos refiriendo es a una codición de nuestra experiencia moderna del mundo, a saber, su "exterioridad", su condición de ser exterior a nosotros. Y si experimentamos el mundo espacial como un mundo condicionado por la exterioridad es porque nos experimentamos nosotros mismos como observadores exteriores del mundo.

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  2. (sigue)

    Pero la espacialidad no tiene por qué experimentarse de esa manera. Es evidente que en la antigüedad el espacio se experimentaba, no simplemente como la condición de exterioridad de los objetos en el mundo, sino que también revelaba diversos grados de interioridad. Había vastas e importantes regiones del cosmos que existían de manera integramente interior en las que prevalecián condiciones muy diferentes, pero de las que deriva y en las que participa el mundo exteriorizado. Como consecuencia, los seres humanos no se sentían simplemente observadores del mundo exterior. Los objetos tenían una dimensión interior y los seres humanos podían entrar en ellos de una manera que actualmente nos resulta totalmente desconocida.
    Esta dimensión interior es, por supuesto, la dimensión simbólica o vertical. Lo que pertenece a ella no es físico. Ahí se localizan los aspectos no físicos de los objetos que tienen un modo externo de existencia, y también las fuerzas, energías y seres no físicos que pueden o no hacerse manifiestos en el espacio exterior.
    En los tiempos modernos hay una fuerte tendencia a considerar que esta dimensión interna está dentro de nosotros. Tienden a localizarse dentro de la subjetividad humana, consciente o inconsciente. En la antigüedad, en cambio, el espacio interior se condideraba objetivo y poseedor de una existencia independiente de la psique humana. Era un reino que la gente percibía o en el que se aventuraba, más que un dominio confinado a la psique humana, individual o colectiva. Si debiéramos señalar una diferencia importante entre la conciencia moderna y la antigua, sería ésta: que mientras que la conciencia moderna siente que contiene en sí misma un mundo interior, la conciencia antigua se sentía rodeada por un mundo interior. Y mientras que la conciencia moderna siente que los objetos están contenidos en el espacio exterior, o al menos separados unos de otros por un espacio que está "entre" ellos, la conciencia antigua sentía que los objetos contenían, y por lo tanto podían revelar, un espacio interior, metafísico. Era esta experiencia de la dimensión interior del mundo, no subjetiva, la que alimentó y sustentó la antigua cosmovisión simbólica. La decadencia de este modo de experimentar el mundo, que lleva a que los objetos se vuelvan cada vez más opacos e incapaces de transmitir cualquier valor trascendente, está detrás del desarrollo de la cosmovisión secular, materialista, de la modernidad."

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  3. Y más adelante añade:

    "Los egipcios no experimentaban ningún abismo que separara el mundo físico del mundo espiritual. Había pocas cosas en la naturaleza que no pudieran servir de mediaciones eficaces para un poder divino. Las estrellas, el sol, la luna, el viento y la tierra, todo eran dioses o expresiones de los dioses. Animales, plantas árboles, serpientes, todo era capaz de mediar una presencia divina. Para los egipcios, el mundo natural estaba lleno de dioses. Y el mundo de los objetos físicos podía igualmente llenarse de poderes divinos. Ciertas formas y ciertas substancias (de las que estaban hechas las formas) podían servir como instrumentos adecuados para que los poderes espirituales se hicieran manifiestos en el plano físico (...) Es importante recordar que el mundo de los antiguos egipcios era -a diferencia del nuestro- un mundo animado desde el principio. Partían de un lugar diferente. Eso no significa que los egipcios "proyectaran" los contenidos subjetivos de la psique en el mundo. Eran conscientes de fuerzas espirituales objetivas que, aunque aprehendidas "interiormente", habitan en una dimensión interior que es esencialmente anterior a lo psíquico. El razonamiento seguido por C.G. Jung en Psicología y religión y en otras obras de que el desarrollo de la conciencia exigía "el abandono de las proyecciones" y el "regreso a la psique" de todo lo de carácter divino y demoníaco no tiene en cuenta la profunda base metafísica de las "proyecciones" antiguas. El proceso histórico, más que un abandono de las proyecciones ha consistido, por el contrario, en "introyectar" en la psique poderes espirituales que, para los antiguos, tenían un estatuto ontológico independiente de la psique y anterior a ella. Los antiguos no proyectaban sus dioses en la naturaleza: los aprehendían allí. Todavía no se había desplegado un velo sobre la interioridad del mundo por una psique cada vez más absorta en su subjetividad."

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  4. Por otra parte, si lo pensamos bien, no nos es tan ajena esta visión si tenemos en cuenta cómo los sueños nos ayudan a entenderlo (y un onironauta lo comprenderá muy bien, seguro...), pues en ellos la conciencia se siente inmersa en un mundo que es interior y al mismo tiempo se presenta como exterior, rodeándola, y muchas veces tenemos la certeza de que el sueño está abierto a cosas mucho más allá de nuestras propias experiencias y recuerdos, mucho más allá de nuestra subjetividad, y así lo han visto siempre las tradiciones. Cuando soñamos sabemos que lo que hemos experimentado es simbólico y al mismo tiempo, que lo que nos rodea no es distinto de nuestra propia conciencia (aunque no se reduzca a ella o más bien a lo que solemos entender por ella). La conciencia antigua sabía que esto, en lo profundo, no es distinto en la vigilia.

    (Seguro que habrás leído el capítulo VI de "Los estados múltiples del ser", donde Guénon emplea el estado de sueño para explicar la unidad, interna y englobante al mismo tiempo, de la multiplicidad: en el caso del sueño esta unidad es la conciencia humana; en el caso de la manifestación, el Ser universal. Y la conciencia, la mente, es una imagen privilegiada, "viva imagen de Dios", como la llamaba Nicolás de Cusa).

    Disculpa la extensión y si todo queda un poco suelto o confuso, pero no me veo capaz de enhebrarlo más, sólo quería dejártelo por si te resulta inspirador.

    Un abrazo.

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  5. Hola Pola, yo también me alegro de leerte. La tontería de los títulos parece que ya está resuelta, iba con cambios de enfoque y traslados de contenidos que luego descarté, disculpa el ajetreo y te agradezco que sigas ahí :)

    Muchas gracias por el texto que me dejas. Es interesantísimo. Se me ocurre poco que decir, por lo profundo que es y todo lo que implica, pero me sugiere mucho y me resuena mucho. Me gusta cómo explica la conciencia antigua, como la llama, me parece que es muy didáctico, o que es capaz de hacer vislumbrar algo de cómo debía de experimentarse el mundo desde esa conciencia, un modo de percibir que en general hoy en día parece incomprensible. Pero me parece un tema clave, y me interesa mucho. Por comparar con otro autor que leí hace no mucho, Jean Gebser, desde un punto de vista y un lenguaje y unos presupuestos seguramente diferentes (creo que cercanos a los de Jung), llamaría a esa conciencia la conciencia mítica, que tiene mucho que ver con el estado de sueño y el pensamiento simbólico. Pero dudo que ninguna teoría pueda hacer justicia a la realidad. Lo que me asalta al leer el texto de Naydler es el asombro de lo totalmente distinto e inconcebible para la mentalidad moderna que debía de ser la experiencia del mundo en las culturas antiguas. Aunque lo que sugiere el autor acerca de la realidad ontológica de las "proyecciones" o realidades interiores o no físicas, no sea nuevo, me parece revolucionario y una lúcida interpretación o intuición. Definitivamente me apunto el libro.

    Coincido en lo que comentas sobre la experiencia onírica. Daría para hablar mucho. Precisamente ese capítulo de Guénon es uno de los textos a los que más vuelvo sobre ese tema, clarifica y pone en palabras esa analogía que uno intuye cuando se fija en los sueños. Releyéndolo ahora, sin embargo, me doy cuenta de que, aunque tengo oxidada la terminología de Guénon y no tengo claro todo a lo que se refiere con la individualidad humana y sus "modalidades extracorporales", no veo ahí alusión a eso que comentas de que "el sueño está abierto a cosas mucho más allá de nuestras propias experiencias y recuerdos, mucho más allá de nuestra subjetividad", con lo que estoy de acuerdo, y me pregunto si habrá mención a ese tema en algún texto de Guénon, porque este en concreto me parece como si considerara el sueño algo exclusivamente limitado a la experiencia individual. En fin, tampoco hace falta que contestes, sólo lo anoto para tenerlo en cuenta.

    Gracias otra vez, me encanta leer algo tuyo de nuevo.

    Un abrazo.

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